LA ENTRADA en vigor de la nueva Ley Antitabaco, el pasado día 2 de enero ha sido bien acogida por la gran mayoría de los españoles y acatada con normalidad por los fumadores, a excepción de algunas minorías que, como era de esperar, se han rebelado contra esta norma con argumentos simplistas que ponen de manifiesto su egoísmo y desprecio a las normas que regulan la normal convivencia entre los ciudadanos. Estas personas que se autodefinen "insumisas", recordando a aquellos jóvenes que adoptaron dicho calificativo al negarse a realizar el servicio militar obligatorio o la prestación social sustitutoria, tratan de boicotear el cumplimiento de esta ley, simplemente, por intereses económicos o porque se les niega que fumen donde ellos quieran. Una actitud que es, cuando menos, incívica.

Hagamos memoria. Cuando se implantó la anterior Ley Antitabaco en el año 2006, la mayoría de los establecimientos dedicados a la hostelería (un 95%), como la ley se lo permitía, optaron por consentir fumar en su interior, obligando a los clientes no fumadores a tener que tragarse el humo de los fumadores; es decir, a aguantar los malos humos de quienes al amparo de una mala e injusta ley contaminaban los pulmones de los que no fumaban. No obstante, los no fumadores, que suponen una mayoría estimada en un 70%, soportaron esta injusta situación por respeto a la ley. Ahora, la situación ha cambiado y los que tienen que aguantarse son los consumidores de tabaco, que si quieren seguir fumando, deben hacerlo fuera del bar, en la calle.

La insumisión a la Ley Antitabaco está siendo protagonizada casi exclusivamente por algunos empresarios de la hostelería en defensa de sus negocios. Con respecto a esta postura cabe decir que son las personas y no las empresas las únicas que podrían declararse rebeldes a esta ley. Por lo tanto, un negocio no puede declararse insumiso. La falta de sumisión (a la ley) sólo es factible argumentarla por razón de conciencia, siempre anteponiendo razones de tipo ético, moral, filosófico, etc., por lo que en el caso de aplicación de la ley contra el tabaquismo no se pueden argumentar motivos de conciencia para no acatarla, salvo que la conciencia esté en el bolsillo.

Parece mentira que existan personas tan egoístas, tan cerradas de mollera, incapaces de entender que el fumar daña la salud -propia y ajena- hasta el punto de matar. Estas personas deberían ser conscientes de que causan un daño físico a otras personas y asumir que, como pasa en otros países de Europa y EEUU, tarde o temprano la ley caería sobre ellos de forma real e irreversible, y no como hasta ahora.

Estamos viendo como la irracionalidad de algunos se opone de forma beligerante al sentido común y a la salud de los no fumadores. Por fortuna, no todos los empresarios de hostelería ni los enganchados a la nicotina son igual de necios y cerriles, procurando no ya de molestar, que no va de eso, sino de no dañar el organismo ajeno, como concienzuda y suicidamente hacen con el propio.

Esta ley no prohíbe fumar, como algunos fumadores dicen, tan solo regula y protege los espacios donde los no fumadores tienen el derecho de estar. Más allá de la justicia de la medida, una de las más controvertidas en la calle, que ha provocado que mucha gente aplauda su aplicación o se suba por las paredes, no cabe duda que la prohibición mejorará la salud de algunos y perjudicará la paciencia de otros, pero por encima de todo ha de prevalecer el interés general que es la salud de todos.

¿Dónde está el problema para que se regule que quien quiera fumar lo haga, pero sin obligar a tragar el humo a quien no quiera correr el riesgo de enfermar por ello? ¿No es lo que se hace con las prohibiciones de tráfico en las carreteras, evitar que nos matemos o matemos a otros, y nadie se escandaliza por ello? Se prohibió fumar en centros públicos, en los lugares de trabajo y, ahora, en los lugares de ocio. Hace años que no se fuma en bares y pubs de la Europa comunitaria y en EEUU, y es difícil sostener que en España conlleve pérdida de clientes para el negocio, teniendo en cuenta que la mayor parte de la población asegura no fumar y que, sin embargo, la práctica totalidad afirma tomar café o cerveza en un bar.