ME LLAMÓ el viernes Andrés Chaves, colega, vecino de columna y, pese a todo, amigo, para contarme algo que, según parece, va diciendo por ahí doña Ángela Mena de ambos los dos, como diría el belillo. ¿Y qué es lo que despotrica de Chaves y de quien esto escribe la primera dama? Pues que no descansará, si es preciso durante el resto de su vida, hasta acabar con nosotros por lo que le estamos haciendo. Supongo que se refiere a finiquitarnos profesionalmente pues en otro caso, es decir, en el supuesto de que sus intenciones incluyan la liquidación física, debería contratar los servicios de un siciliano o acaso, por qué no, de un mexicano -dicho sea con todos los respetos para los mexicanos y hasta para los sicilianos, que en su inmensa mayoría son personas honradas-, habida cuenta de que dada la estatura de la señora, así como la de quien habitualmente la acompaña, no la vislumbro emprendiéndola a golpes de bolso con ninguno de nosotros sin contar con ayuda ajena. Además, tanto el bueno de Andrés como yo somos personas pacíficas.

Sea como fuese, me gustaría saber, solo por curiosidad, qué le he hecho yo a Ángela Mena salvo defenderla en público, inclusive en un programa de televisión quedándome aislado en la refriega, cuando otros arremetían contra ella a cuenta de una peineta y de otros temas un tanto escatológicos que prefiero omitir. Defenderla a ella y a su marido en su condición de vernáculo presidente canario cuando algunas fieras de la prensa, dicho sea en tono cariñoso, le daban dentelladas a diestro y siniestro maltratando aún más su reputación, ya entonces no del todo buena, como político nacionalista. Plumillas y tertulianos algunos de los cuales, miren ustedes por donde, se han pasado ahora al bando de don Paulino y doña Ángela por bastante menos que un plato de lentejas; gente que nos salta al cuello día sí, día no, hasta en los juzgados. Qué razón tenía Tierno Galván cuando repetía ese viejo aforismo de que ninguna buena acción ha de quedar jamás sin su justo castigo. Una idea condensada en el refrán popular, igualmente añero y bastante más rudo pero no menos cierto, que previene a los incautos: haz bien y espera el leñazo.

No tengo en mente, insisto, que le haya dado un motivo a la presidenta consorte -yo ni siquiera la llamo caudilla- para fomentar su deseo de barrerme de la faz de la tierra, pero puedo dárselo. Hay muchos aspectos de su actuación política, y no tan política, que he omitido en estos artículos para no echar más leña al fuego. En cuanto a su señor esposo, supongo que me asiste hoy el mismo derecho a criticarlo que en el pasado a defenderlo cuando era injustamente atacado por quienes durante estos días tan opíparamente se alimentan en su pesebre. Pienso que no debo ser carne de juzgado -o a lo peor sí; visto lo visto la semana pasada, todo es posible- por escribir que el señor Rivero está legitimado políticamente, pero no moralmente, para presidir el Gobierno de Canarias otros tres años y pico a la vista de los palos electorales recibidos por su partido.

En fin, ironías aparte, estoy convencido de que la señora Mena, concejala del grupo de gobierno en el Ayuntamiento de Santa Cruz, debería ocuparse de asuntos más urgentes y serios que la persecución de periodistas desafectos. En esencia porque hay muchos vecinos de la capital que no tienen ni para comer, mientras ella se pasea en coche oficial. Y con guardaespaldas.