Después de leer lo publicado ayer por un periódico digital, confeccionado en Las Palmas por un "señor individuo" de quien enseguida paso a ocuparme, respecto al hecho de que la denuncia del magistrado Salvador Alba sobre las "importantes irregularidades y deficiencias" de la Justicia en Canarias es una mera pataleta de este juez, he vuelto a revisar la información publicada el pasado sábado por el diario El Mundo y reproducida íntegramente por EL DÍA en su edición del miércoles. Un ejercicio de superflua comprobación, por supuesto, pues seguía teniendo frescos en la memoria unos hechos suficientemente graves para olvidarlos sin más.

Para empezar, tengo la sensación de que quien ha cogido una rabieta de niño chico no es el magistrado Alba, portavoz en Canarias de la Asociación Profesional de la Magistratura, sino un rancio periodista -aunque él pretende ser progre- llamado Carlos Sosa. ¿Y por qué se enfada el señor Sosa?, se estarán preguntando ustedes. Aunque a lo mejor no se lo están preguntando pues, a fin de cuentas, ¿quién es Carlos Sosa? Pues, profesionalmente, un ex corresponsal de EL DÍA en Las Palmas que tuvo la prudencia de marcharse cinco minutos antes de que lo echaran debido -cito opiniones de su superior directo- a su bajo rendimiento y a que las informaciones que remitía carecían de interés. Eran meras opiniones o especulaciones que rara vez tuvieron una tenue conexión con la realidad. Me dicen que luego montó un bar -extremo, ustedes se harán cargo, que me suda el nabo- y posteriormente convenció a algunos empresarios para que le montaran el chiringuito digital que regenta. Parece que ninguno de los inversores ha visto jamás un puto céntimo de beneficios, aunque tal extremo, también de eso se harán cargo ustedes, igualmente me la deja floja.

Lo que ha publicado el "señor individuo" Sosa durante varios años sobre cualquier persona que le cayese mal, ya fuese un político, empresario, juez, autoridad de cualquier administración, funcionario o ciudadano normal o corriente no hace falta que lo reseñe porque está en la hemeroteca de su propio medio. No en vano atesora en su currículo varias condenas por injurias e incluso por calumnias. Expresiones como "pedazo de carne con ojos" figuran en su acervo corriente. A mí me ha llamado pajillero delante de mi esposa, sin olvidar añadir que le tengo envidia por no estar emparejado con una señora como la suya. Lo que hay que oír. Poca cosa, sin embargo, comparado con todo lo que ha escrito del editor de este periódico en un continuo e infame intento de humillarlo. No contento con eso, lo ha demandado y ha conseguido que lo condenen, en primera instancia, a pagarle unos 69.000 euros por intromisión en su honor. Cantidad abultada, ciertamente -a los que sacaron a los príncipes fornicando en la portada de El Jueves los despacharon con 3.500 euros-, pero un tanto alejada de sus pretensiones: quería 150.000 -eso me dijo- para terminar de pagar la hipoteca. Un pequeño contratiempo perfectamente subsanable, considerando que ahora también podrá querellarse contra Fernando Lázaro, autor del reportaje de El Mundo, al recordarle el motivo por el que fue denunciada ante el CGPJ la jueza Victoria Rosell; una respetable señora que también reside en la casa cuya carga financiera tanto le urge a Sosa liquidar.