"Casi al final de la aventura, me siento a descansar. Hago resumen de mis días, cuento mi historia una vez más"
(Carlos Pinto)
PUEDE que esas personas que seguramente ni se enteraron de mi existencia vivan o no; y si lo hacen, lo más probable es que no se encuentren en el mismo sitio de entonces, como me sucede a mí. Aunque nací en la calle Álvarez de Lugo, en pleno barrio de Duggi, en la zona del Monturrio (hoy Ramón y Cajal), mis primeros recuerdos de niño se remontan precisamente a la visita que hice con mi padre a una casa que, conjuntamente con otra adosada en la que vivió mi tío Juan Vicente Mandillo, casado con la hermana mayor de mi madre, la tía Adela, estaba haciendo el constructor Muñoz Pruneda en la calle Lucas Fernández Navarro, del barrio de Salamanca, viviendas que formaban parte de unos bloques de casas de dos pisos, todas iguales, entre la plaza de la Paz y la de Toros, y perpendicular a la Rambla XI de Febrero, la Rambla por excelencia, que en su inicio de Viera y Clavijo recibió a su nacimiento el de Paseo de Coches, zona que incluso lo fue de veraneo de quienes vivían en las inmediaciones del puerto, donde comenzó su andadura nuestro Santa Cruz.
El furor constructivo que nos domina y asola en estos días ha hecho que un grupo de al menos cuatro de esas casas de la margen derecha de la calle, y entre ellas la que habitamos nosotros, hayan sido sustituidas por un gran edificio de varias plantas, mientras que la margen izquierda sigue tal como la conocí y viví, según me ilustran una serie de fotos de la situación actual de al menos el comienzo de la calle que me ha remitido mi amigo Baltasar Pérez Bes desde su casa de Cartagena, así como por la inspección ocular que he hecho más de una vez en mis últimas visitas a mi pueblo chicharrero. A esa casa nos mudamos mis padres y sus tres primeros hijos; en ella nacieron cuatro más (uno de ellos fallecido muy pequeño); en ella falleció mi madre y finalmente la abandonó mi hermana Carmita cuando falleció mi padre, en un viaje a la Península.
En 1923, cuando yo tenía dos años, falleció mi abuelo paterno, Blas Cabrera Topham, notario de Santa Cruz en la calle Ruiz de Padrón, 7. De esa casa con centenaria tradición Cabrera circula en diversos libros y publicaciones una foto en la que aparece una joven asomada a un balcón del primer piso y enamorando, al uso de entonces, con un señor de pie en la calle, por la que desciende un vetusto automóvil: esa pareja serían mis padres.
Mi calle, que subía hasta la de Salamanca, estaba situada en una zona cuyas vías llevaban nombres muy "progres", como eran los de "Libertad", "Igualdad" o "Fraternidad", e incluso la de allá arriba que atravesaba la nuestra llevaba el nombre del anarquista José Nacken, y la paralela a la nuestra hacia la plaza de la Paz, la del fundador del PSOE, el ya olvidado linotipista Pablo Iglesias. Y en medio de ese enjambre libertario, la nuestra llevaba el de Lucas Fernández Navarro, aunque todos ignorábamos que ese señor era un eminente geólogo que había estudiado a fondo la geología de nuestra tierra.
De mi calle y con los recuerdos que de aquellos tiempos de infancia y juventud aún tengo les pretendo hablar. Cuando estalló el Movimiento del 18 de Julio, aquellos nombres duraron lo que un dulce a la entrada del colegio (los de entonces, claro), y la zona dedicó sus calles a nombres de generales y héroes fallecidos en combate, e incluso a la nuestra le pusieron el de General Sanjurjo, decisión que mi padre no desaprovechaba ocasión para criticar que hubiese despreciado el nombre de uno de los poquísimos científicos que se habían ocupado de nuestra tierra. Pero eso es otra historia.
Volviendo a mi calle, que comenzaba en la Rambla por dos grandes casas con numeración de la propia Rambla, la de la derecha, habitada por el conocido abogado José López de Vergara, con dos hijos, mientras que la de la izquierda lo era por la familia Villavicencio, con varios hijos de más o menos nuestra edad, la estructura de dicha calle, al menos en su inicio hasta la calle antes Fraternidad y luego Capitán Gómez Landero, era de grupos de dos casas de dos pisos adosadas, separadas por un callejón, al fondo del cual había por lo general viviendas del mismo tipo. La acera de los pares comenzaba por la familia Galera Davidson, con dos hijos más o menos de la edad de mi hermano Rafael y que estudiaron Medicina, uno de ellos profesor universitario en Sevilla y el otro con actividades relacionadas con el fútbol, ya fallecido; y a continuación venía el primer callejón y al fondo las casas donde durante el Movimiento vivieron Carmelo Mascareño y su mujer, Concha Cabrera, que luego se marcharon para la Península, mientras que en la otra casa vivió un contratista Peceño, pariente del Peceño de la sastrería de la calle del Castillo, esquina a Cruz Verde, que trabajaba con Muñoz Pruneda en la construcción del barrio, y con varios hijos, de los que se acuerda bien mi hermana, sobre todo de una hija luego modista que se llamaba Kenamen, y que en la puerta de la casa había colocado un cartel del que recuerda que decía "Modista Diplomada - Elegantes Figurines". Algo que obviamente ignoraba. En cambio, sí recuerdo que durante los Campamentos de Milicia Universitaria en Hoya Fría, años 45/46, solía ver por allí los domingos, que solíamos pasar en casa, a un compañero de Las Palmas, Rafael Martín Fernández, que estaba con un grupo de Las Palmas en el campamento por estudiar perito industrial, y que era sobrino del arquitecto que había diseñado el nuevo Club Náutico de Almeida. Qué pariente tuviera en el callejón en aquellos años lo ignoro totalmente, aunque sí recuerdo que también vivió por allí una señora de oficio ya desaparecido como era el de matrona.
En la acera de la izquierda, la calle comenzaba por la casa de los Villavicencio, que llegaba hasta el primer callejón en el que al final había solo una casa, en lugar de las dos de otros callejones. De esa casa tengo un recuerdo muy claro, como era ver enamorando a María del Carmen Mandillo, ella asomada a la ventana del primer piso, mientras su novio, Martín de la Escalera, abogado, se acomodaba, supongo ahora que malamente, en una silla que le sacaban al callejón, repitiéndose la escena de los novios que no entraban aún en casa de su novia, algo que en este siglo XXI suena a chino. La novia era hija del que fuera alcalde de Santa Cruz Mandillo Tejera y sobrina de mi tío Juan Vicente, aunque de ello no tuve conocimiento entonces, así como tampoco que era hermana de María Adela, casada y sin hijos con Manolo Vivanco (a los que vimos varias veces cuando vivíamos ya casados en Madrid) y que vivían en la plaza de la Constitución. Con María del Carmen volví a tener amistad ya en Madrid en los años sesenta/setenta, cuando los incidentes familiares la forzaron a dejar su isla y residir en la capital de la nación, en la que viven actualmente al menos sus hijos varones.
Pero la historia de esa casa no termina ahí. A esa casa fue a vivir estando yo en el colegio Paedagogium Teneriffa un niño del sur llamado Juanito Bethencourt, del que nos ha hablado repetidamente José Manuel Encinoso en sus "Los Cristianos en la Memoria", con su trío de doctores Calamita-Bethencourt-Feria. Juanito coincidió conmigo en el colegio, aunque, cuando este se cerró por la muerte de su director, cada uno tomó su camino y no le vi en mucho tiempo, aunque sí a veces en Madrid en sus años de estudiante e incluso en Salamanca. Y un buen día me entero de que se ha casado con una hija de María del Carmen Mandillo, con lo cual suegra y yerno han habitado en la misma casa pero en diferentes épocas. Luego, ya en los 90, tuve ocasión de verle varias veces en Madrid en la Casa de Canarias y en las tertulias "Extramuros" de Pedro Taquis, y un mal día nos dicen que Juanito ha fallecido.
Y por hoy ya basta; me interesa resaltar mis recuerdos de infancia y juventud y no otra cosa, y para un niño o un alumno de bachillerato que se fue a estudiar a la Península, donde sigue viviendo, son estos recuerdos propios, con la ayuda de mis hermanos para el desarrollo en los años que ya no viví en ella, los que moldean algo tan simple y tan maravilloso como es nuestra propia vida. Con su influencia en la de ustedes, que por eso se lo cuento.