ERA EL AÑO 1935, yo tenía 14 años y estudiaba 3º de Bachillerato en el Paedagogium Tenerriffa de allá por encima del Puente Zurita, a la vera de la margen derecha del barranco y entre plataneras, en la Finca Mascareño. Con 14 años me correspondía realmente estar en 4º, pero había estado enfermo unos meses antes de empezar los estudios y mi padre "aprovechó" la ocasión para retrasar todo un año, porque decía que mejor era tener un añito más cuando a uno le esperaban siete años de aquel Bachillerato Cíclico que se inauguraba con la República, sustituyendo al Plan Calleja de cinco años. Lo curioso es que mi primo Guillermito Cabrera, justamente de mi edad, mes arriba, mes abajo, y que siempre estudiamos juntos desde el Colegio Alemán de la calle Numancia hasta iniciar los de la carrera en la Península el 39, y que yo sepa, no había estado, como yo, en las manos de don Gumersindo Robayna y de don Tomás Cerviá. Eso de adelantar y no retrasar el inicio de los estudios oficiales es algo muy español. Sin embargo, los alemanes prefieren empezar más tarde de lo para nosotros normal, con las mentes más capacitadas para afrontar nuevas disciplinas. Entonces, todo Santa Cruz, mi Santa Cruz, claro, andaba revolucionado con eso de la llegada de Londres de Alicia Navarro Cambronero, donde había ganado el título de "Miss Europa" al que había llegado comenzando por una "Miss Casino". Era poco menos que tener una miss en la familia.

No me acuerdo a estas alturas si antes o después, pero en ese año 35 hubo en Santa Cruz una exposición de pintura surrealista de procedencia francesa en el piso primero de una casa que ocupaba parte de lo que hoy es el Banco de Santander, en la plaza de la Constitución (no me acostumbro a lo de plaza de Candelaria de ahora), si bien luego me he enterado de que la promovía mi vecino de la calle Lucas Fernández Navarro don Eduardo Westerdahl, que me parece era cajero del banco no sé si Central de la plaza de San Francisco, junto con el Círculo de Bellas Artes de la calle del Castillo (en el que hacíamos funciones en Navidad cuando estaba en el Colegio Alemán) y Gaceta de Arte. Pero de ello me enteré muchos años después, aunque siempre me quedaron grabados en la retina aquellos cuadros raros que contemplamos una tarde los alumnos del colegio, visita a la que nos llevó her Matthys en una mañana, razón por la que supongo no había nadie en la tal exposición de André Breton y los suyos.

Y yo me pregunto, y se lo hago a ustedes: ¿cuántos colegios, institutos e incluso la Universidad organizaron visitas de sus alumnos a esta exposición? Saberlo sería un buen índice de nuestra cultura, abierta a una nueva vida, al menos para mí, a la altura ya de hace tres cuartos de siglo.

Debió de ser en domingo, cuando creo que, acompañado de mi hermana Maruchi, nos fuimos a media tarde a casa de mi amigo Mario García, el hijo del práctico, y de sus hermanas, en la calle Numancia, un poco debajo del Colegio Alemán, porque ese día había allí una fiestita, con baile incluido y música a base de gramófono, con aquellos discos de baquelita que al menor descuido se partían en pedazos. Aunque para gramófono, el de mi tío Juan Vicente, en la casa pegada a la nuestra, todo un mueble como de caoba y con tapa que al levantarla mostraba el disco y el brazo con la aguja, mientras que al abrir las dos hojas del frente, aparte de los altavoces había unos estantes verticales llenos de discos, generalmente de óperas y música clásica. En ese gramófono, mi hermano Paco, años después, se pasaba las horas oyendo música clásica, hábito que junto con mi otro hermano, Rafael, siguen practicando en la actualidad. Ya en la Península, como estudiante, descubrí aquello del "guateque", de los que salieron cantidad de noviazgos y bodas.

Volviendo al 35, y como eso de la televisión tardaría decenios en llegar y lo de EAJ 43, Radio Club Tenerife, no se distinguía precisamente por su música, o ponías el gramófono o no bailabas. De EAJ 43 me acuerdo más bien de los anuncios cantados, como aquel que, creo recordar, decía: "Al Bon Marché, Valentín Sanz, / frente a la Plaza de la Libertad", en el que la aludida tienda era de la madre de mi amigo Raimundito Rieu, compañero de juegos, Bachillerato y enorme amigo. En medio de la fiesta, se presentaron de pronto en ella dos señoras, de las que solo recuerdo a una guapísima, que era precisamente Alicia Navarro, que acababa de llegar de Londres en aquellos días con el título de "Miss Europa", y allí se sentó a ver a la muchachada pegándose sus perras de baile. Y a algún gracioso, o más bien graciosa, no se le ocurrió otra cosa que poco menos que forzarme a sacarla a bailar, lo que ciertamente hice más nervioso que un flan, y ahora que lo pienso debí de ser el primero de mi generación en bailar con una reina europea de la belleza. Al verano siguiente, después de hacer en el instituto de Santa Cruz la reválida de cuarto, a mediados de julio, el 18 amaneció con un Bando Militar pegado en los muros de la plaza de toros y el inicio de una contienda civil de tres años de duración que cambiaron para siempre la faz de la patria. Empezaba una nueva vida al menos para mí, y en octubre embarqué para la Península como estudiante, y aquí sigo, ya sin libros de estudio en la mano.

Montones de años pasaron sin noticias de Alicia Navarro, si bien supimos de su boda con el abogado Manuel Felipe Camacho, hermano del famoso abogado de La Habana Tomás Felipe Camacho, con amplio bufete y propietario del orquidario "Soroa", que tuvimos ocasión de ver y admirar hace unos pocos años en un viaje organizado como otros muchos por la Casa de Canarias en Madrid. Y también pude saber de unas visitas hechas a la familia de mi mujer por la joven Alicia, que iba acompañada por María Rodríguez, profesora de una academia de mecanografía y taquigrafía allí existente, hermana de don Leoncio Rodríguez, director y propietario del diario La Prensa, y de don Domingo, organizadores de los concursos de belleza, visitas donde las niñas pequeñas de la casa (Raquel y Rosalbita) obsequiaban con flores a la miss.

En uno de los viajes a Tenerife del exiliado Manuel Felipe, conoció y al fin matrimonió a Alicia Navarro, que por entonces estaba siendo cortejada por Alfonso Santaella Cayol, con la que compartió vida en La Habana, hasta la llegada de la revolución marxista encabezada por Fidel Castro, que supuso la adopción de otras teorías económicas, con pérdida, como sabemos, para todos los propietarios allí existentes de sus propiedades, que pasaban a formar parte del patrimonio patrio y que para tantos cubanos de origen español o españoles allí residentes supuso la pérdida de sus ahorros y pertenencias. En todo caso, esta situación extrema, que aún continúa después de medio siglo, tardó un par de años en imponerse y Manuel fue lo suficientemente astuto y decidido para abandonar Cuba, pero llevando consigo efectivo, valores y obras de arte y estableciéndose el matrimonio en Madrid, en Castellana, 70; mientras que su poderoso y acaudalado hermano Tomás, que nunca creyó que fuese a ser tocado su patrimonio y su vida por Fidel y la revolución, tuvo al final que abandonar Cuba en la más absoluta miseria y pasó sus últimos días en Tenerife, en casa de amigos de allá, para fallecer finalmente en la casa de su amigo don Antonio Perera, y en la cama, según me relataba su hijo Quique, de caoba, traída en su día de La Habana.

Ya separada Alicia de su marido Manuel, este, que gozaba, por cierto, de sincera amistad con don Blas Pérez González, con visitas a su calle madrileña de Espalter, pasó a vivir al hotel Pino de Oro, de Santa Cruz, y aquí, en la isla, falleció. Me cupo el honor, al menos dos veces, de estar con nuestra Miss Europa: la primera, y esporádica, en unas fiestas de Navidad y fin de año en el Casino de Santa Cruz, a las que el entonces malogrado presidente Opelio Rodríguez había tenido la atención de invitarla también por su condición de Miss Casino, y creo recordar verla conversar animadamente en el salón de baile con María del Carmen Mandillo. La otra vez fue en verano y en Madrid, donde se encontraba también, recién llegado de Venezuela, Mauricio Gómez Leal, aquel inolvidable director y presentador de Radio Juventud de Santa Cruz, que ofrecía por las noches una muy amena y oída charla titulada "Mañana será otro día", que le encantaba a mi padre.

Un día me llama Adolfo Duque para invitarme junto con Mauricio y el director de teatro Tamayo a una casa en Castellana, 70, donde volví a ver a nuestra famosa miss, siempre con un perrito de esos pequeños en brazos y charlando amigablemente con todo el mundo. Hay personas que de esa calle y número guardan especial recuerdo, como me ha contado Adolfo Duque hijo, que me dice que Alicia pasaba cierto miedo de noche si se encontraba sola en casa, lo que sus padres, Hilda y Adolfo, solucionaban enviando a dormir a su hijo, a la salida del Liceo Francés, donde finalizaba Bachillerato, a casa de Alicia. Como saben ustedes, al correr de los años, Alicia volvió a matrimoniar en París con un señor griego, con el que incluso visitó otro fin de año el Casino. El otro día me contaron una anécdota respecto a su segunda boda: estando Alicia en París, entró una tarde en una joyería y al cabo de un rato la señora que la atendía, y al frente del establecimiento, va y le dice: "¿Es que ya no me reconoces?". Y ante su negativa le replica: "Pues yo era Miss Grecia cuando te nombraron Miss Europa". ¿Cabe algo más sorprendente y bonito? Y fue con el hermano de la bella griega con quien Alicia se casó y por eso se encuentra enterrada también en París.

Parece que ahora quieren traer sus cenizas a Santa Cruz, lo que tendrá, me imagino, sus dificultades familiares diversas y hasta internacionales. Pero si existe aún la casa de la calle Numancia donde vivió de joven con su hermana Olga (a la que, como funcionario de Información y Turismo destinada en Madrid, vi numerosas veces, generalmente acompañada por mi cuñado Opelio), lo menos que podrían hacer es colocar una placa conmemorativa en la fachada y, si no lo han hecho ya, nombrarla, aunque algo tarde, Hija Predilecta de este pueblo marinero. ¡Mi compañera de baile!