¿DEBIERA el presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, disolver el Parlamento Autónomo y convocar elecciones anticipadas siguiendo el ejemplo de gallegos, vascos y catalanes? Me hago esta pregunta, incluso a sabiendas, de que no convendría aumentar el gasto público en consultas populares, salvo si las circunstancias lo requirieran, y me temo que la situación económica empeora cada día en la Comunidad Autónoma y todo parece indicar que se seguirá en la senda de aplicar más recortes como terapia, y como aconseja algún tipo de iniciativa que disipe las dudas sobre le legitimidad política del actual ejecutivo de coalición de CC y PSOE, surgido de los comicios del 22 de mayo de 2011 en que Partido Popular no logró la mayoría absoluta en la cámara regional. Entre esas iniciativas, la menos costosa sería que el titular de la Comunidad Autónoma se sometiera a una moción de confianza que permita poner sobre la urna de la cámara la solidez de los apoyos de los que presume disfrutar.

Los resultados electorales del País Vasco constituyen todo un aviso a navegantes para el conjunto de la sociedad vasca, en particular, y española en general, ante la consolidación en las urnas de las tesis nacionalistas e independentistas encarnadas por PNV y Bildu, respectivamente, que, unidas, sus fuerzas representan una mayoría absoluta incontestable con vistas a un posible pacto de gobierno en el caso de que fructifiquen las negociaciones emprendidas por el representante de la agrupación más votada, Íñigo Urkulllu. También un motivo de reflexión para la sociedad isleña encandilada por un sucedáneo de nacionalismo que se debate entre la fragmentación ideológica centrista, socialdemócrata y conservadora que no va más allá de las tesis del autogobierno ligado a la metrópoli. Iría más lejos, Canarias no cuenta con un nacionalismo arraigado en la conciencia popular, al estilo del preconizado por el Partido Nacionalista Vasco (PNV) en Euskadi, solo una sucesión de acontecimientos esporádicos denotados por las premisas de Secundino Delgado, ancladas en su época, y la ideología plasmada en el atomizado y fraccionado independentismo, cuya cabeza más visible, la encarna Antonio Cubillo Ferreira. Solo el movimiento de la Unión del Pueblo Canario (UPC) a finales y comienzo de las décadas de los setenta y ochenta, respectivamente, del pasado siglo, logró alcanzar representación en las Cortes Generales (el recordado abogado y diputado canario Fernando Sagaseta, a quien tuve la oportunidad de entrevistar para el desaparecido vespertino La Tarde, tras un mitin celebrado en el antiguo cuartel de San Agustín de La Orotava) y en diversas instituciones locales. Sus divisiones internas y personalismos (suele ser común más de lo que parece en todo el espectro político, en función del grado de madurez o implicación) acabaron con aquel proyecto político nacionalista que, por cierto, sufrió, en cierta manera, el ostracismo mediático, o cuando menos, su silenciamiento frente a otras opciones del centrismo y el franquismo reconvertido al nacionalismo, y eso explica el mosaico político actual de las diversas familias "nacionalistas" en el Archipiélago.

El sistema electoral refleja palmariamente la mentalidad de la población canaria y, por ende, su sufrimiento actual y el que devendrá en los próximos años, siempre que no se sobreponga a sus rigideces y propicie un cambio, ya sea mediante una nueva conciencia social, ya sea a través de una modificación de las pautas de conductas que no sean continuar viviendo a expensas de las decisiones que adopten otros o de las malas políticas practicadas por los que consideramos como "los nuestros", más bien los suyos, porque, en el fondo, no velan por el bien común, sino por sus intereses. Un cambio de mentalidad que pasa por promover la cultura del esfuerzo en la mejora de nuestras fortalezas y superación de nuestras debilidades en todos los ámbitos de la economía sin renunciar a ninguno de sus sectores, dado que todos son estratégicos para el desarrollo y bienestar de las Islas y del conjunto del país. Pero, desgraciadamente, en época de bonanza se optó por lo más fácil y aparentemente más rentable, como la expansión desaforada de la construcción en detrimento de la agricultura y la industria, incluso del turismo. Ha fallado la altura de miras haciendo cumplir el dicho de pan para hoy y hambre para mañana, por la seducción del enriquecimiento fácil y rápido y por la perversión de vivir por encima de nuestras posibilidades o de prestado. Y, si no, miren cómo está la prima de riesgo, ahora un tanto relajada, sobre los 380 puntos básicos.

El mañana es un hoy rotundo, con una administración mastodóntica, burocratizada y duplicada, sobredimensionada, al borde del estrangulamiento por la reducción de los ingresos y un aumento del gasto y del déficit. Ya se advierte de que posiblemente 600.000 personas en Canarias se verán privadas de prestaciones sociales, mientras que el Gobierno autónomo asegura que el Estado le adeuda 1.400 millones de euros tras la aplicación de los nuevos recortes, vía presupuestos generales para 2013, que ahora se debaten en las Cortes.

Canarias necesita de un gobierno con una mayoría cualificada y coherente que se atreva a efectuar los ajustes necesarios para reactivar la economía y crear empleo, y se ha de profundizar en las medidas de contención del déficit mediante el adelgazamiento del sector público que han de contar con un respaldo popular inequívoco. Será necesario reformar el sistema electoral que conduzca a la implantación del sistema de elección directa o en listas abiertas del presidente de la Comunidad Autónoma, que gobierne el partido más votado y no el que resulte de acuerdos y componendas que pervierten la voluntad de los electores.