Pocas veces he visto una ciudad tan crispada -y a estas alturas de la película ya he visto algunas- como Santa Cruz de Tenerife ayer al mediodía y comienzo de la tarde. Viernes y horas previas a la Cabalgata anunciadora del Carnaval. Los ingredientes perfectos para un cóctel explosivo. Todo el mundo tenía prisa. Conducir una moto suponía jugar a la ruleta rusa. Increíble.

No soy quien para afearle a nadie que viva al borde de un infarto. Yo mismo me he comportado así muchas veces. Sin atropellar a los demás, por supuesto, pero atropellándome a mí mismo. or ejemplo, una vez que estaba en Fez. Cuando hablamos de Marruecos y de sus ciudades imperiales solemos pensar en Marraquech. Marraquech es preciosa. Lo sería mucho más si no hubiera turistas, desde luego, pero tampoco me atrevo a quejarme del turismo viviendo en unas Islas que subsisten todavía gracias a los diez millones de visitantes que reciben cada año. En Fez no hay tantos foráneos. Acaso por eso su zoco es más auténtico. Hace varios años, en una calurosa mañana de abril iba como un loco de un lado a otro entre los puestos atestados de mercancías. Estábamos grabando imágenes para un documental y quería acabar cuanto antes. No porque detestase Fez -todo lo contrario-, sino porque llevábamos dos días allí y había que ir también a Mequinez. "¿or qué corres tanto, chico estúpido? ¿Tienes mucha prisa por llegar al cementerio?", oí que decía alguien a mi espalda en perfecto español aunque con acento francés.

Al volverme vi a un moro algo gordo y bastante sosegado, vestido con una chilaba color blanco perla -una prenda aparentemente demasiado cara para usarla a diario en el mercado-, que aguardaba clientes a la puerta de su tienda. Vendía de todo, pero especialmente chilabas. Unas preciosas chilabas de mujer. Cuando lo miré se encogió de hombros. "Ahora no tengo tiempo de comprarte nada", le dije para quitármelo de encima. "No quiero venderte nada", respondió con una tranquilidad casi insultante para mi taquicardia. "Sólo te he preguntado que si tienes prisa por llegar a alguna parte". "Sí, al cementerio", añadí.

"Al carajo Mequinez y Rabat", dije para mis adentros. Dejé lo que tenía entre manos e inicié una sosegada conversación con aquel comerciante moro. Digo moro, y no magrebí o marroquí -términos absolutamente admisibles- porque él mismo lo utilizó. "Los españoles desprecian a los moros porque somos así, pero los ignorantes son ustedes". Un rato después me invitó a un té y esa noche cené en su casa. Durante algún tiempo lo llamé de vez en cuando. Ahora le he perdido la pista.

Me gustaría transcribir parte de la filosofía de aquel hombre, pero el folio de cada día da para lo que da. Únicamente me limito a apuntar que aquella tarde y aquella noche comprendí que no hace falta tener un título universitario para saber disfrutar de cada minuto de la vida. Si se tiene, mejor; un título no estorba, pero tampoco resulta imprescindible.

Ayer al mediodía, al ver tanta gente con tanta prisa no sé si para llegar al cementerio o al inicio del Carnaval, me acordé de ese moro inteligente que vendía chilabas en el zoco de Fez.

rpeyt@yahoo.es