Etiopía es, probablemente, el país más singular de África. Muchos datos apoyarían esta afirmación, pero ser el único país africano que nunca fue colonizado es el más sólido de ellos. Podría citar otros muchos, como la leyenda que situó allí el reino de Salomón y la Reina de Saba, que hablaría de sus riquezas en tiempos remotos, en contraste con su pobreza actual. O los fastos de su monarquía, que hizo de Hayle Selassie, el Negus, el rey de reyes, y que aún hoy se deja ver en algunos signos, en contraste con un panorama de desolación. Su capital, Addis Abeba, tiene un urbanismo poco frecuente en África, con calles y avenidas bien trazadas, en las que vemos a mendigos menesterosos junto a elegantes damas que pasean bajo una sombrilla que las protege de un sol de justicia. Más singularidades: es el único país africano con una mayoría del 67 por ciento de su población de religión cristiana, ya sean coptos, católicos o protestantes. Y otra más: a pesar de su pobreza (su índice de desarrollo humano la sitúa en el puesto 169 de 175 países), sus índices de criminalidad son bajos y la corrupción es escasa, según organismos internacionales. Y otra: a pesar de sus hoy estimables índices de crecimiento económico, sus índices de pobreza aumentan, debido a su elevadísimo crecimiento demográfico; ha pasado de 53 millones de habitantes en 1995 a sus 85 millones actuales. Su relativa estabilidad política y social es un factor de equilibrio en esta zona convulsa entre el cuerno de África y Sudán. Por estos motivos y algunos más, su capital fue elegida sede de la OUA (hoy Unión Africana, UA), desde la fundación de ésta.

Estuve en Addis Abeba con motivo de la celebración de una asamblea anual de la UE y los países ACP. Aparte de los muchos informes sobre el país y la región, pude palpar el ambiente de sus calles y mis entrevistas con algunas personalidades fueron especialmente instructivas. El embajador de España, Rafael Dezcallar, me invitó a cenar en su residencia y me explicó que para nosotros el interés por Etiopía estriba en estar allí la sede de la UA, lo que permite mantener permanente contacto con los representantes africanos para sensibilizarlos y tratar de alcanzar acuerdos sobre la regulación de los flujos migratorios, en el marco de la posición europea. La presencia de empresas españolas es escasa, salvo las de construcción de infraestructuras, donde algunas tienen una posición relevante.

El entonces primer ministro, Meles Zenawi, explicó de manera convincente los sucesos del país, desde la caída del emperador Hayle Selassie en 1974, que aún hoy cuenta con seguidores y goza de cierta popularidad, pasando por la larga dictadura de Menjistu Marian (el llamado Negus rojo) hasta el fin de la misma en 1991, gracias a la alianza entre el primer ministro Zenawi y su homólogo eritreo. Esta alianza y su coincidencia ideológica no impidieron sus casi inmediatas desavenencias, que terminaron en la secesión e independencia de Eritrea en 1993 y los frecuentes conflictos entre ambos, incluida una larga y cruenta guerra que causó un deterioro de las ya precarias economías de ambos países vecinos. En el fondo del conflicto etíope-eritreo está la falta de salida al mar de Etiopía.

Una visita al centro para niños huérfanos afectados de sida, regido por las Hermanas Misioneras de la Caridad, y una conversación con el médico y misionero Miguel Ángel Melendo me produjeron una honda impresión. En el orfanato, la hermana Maryja, una polaca que podría ser santa, me mostró la cara impactante de niños de todas las edades afectados de sida, desde un pabellón para menores de un año que habían nacido contagiados, hasta muchachos adolescentes. Todos cuidados con esmero y abnegación, en medio de las mayores carencias. Cuando me disponía a abandonar el centro, con el alma encogida pregunté: ¿y como lo logra? "Un milagro", me respondió.

El doctor Melendo es un misionero residente en una de las zonas más remotas de Etiopía, donde gestionaba el centro de salud de Gabella. Hablaba con fluidez el amaric, la lengua vehicular entre las 19 lenguas nativas; antes de llegar a Etiopía había estado en Ruanda, durante las matanzas de hutus y tutsis. Me relató algunos episodios en poco diferentes a los que ambos habíamos conocido, en diferentes momentos, 10 años atrás en la región de los Grandes Lagos. Acaban de asesinar a 450 personas, apaleadas, a machetazos y descuartizadas; nadie en la prensa etiope ni internacional se ha hecho eco de ello, me dijo. En Gambella, por su peligrosidad, ni siquiera las ONG se arriesgan a llegar hasta allí. ¿Cómo lo soportas?, pregunté. Soy misionero, respondió. Respuesta idéntica a la que escuché al doctor Marchesini, un medico italiano en Quelimane, Mozambique.