La culpa es de Madrid. Este conocido mantra nacionalista -no sólo de los nacionalistas canarios- le sirvió de excusa a la señora Mena para defenderse de su mala, por no decir nula, gestión al frente del organismo Viviendas Municipales. Un subterfugio que no la salvó de ser declarada incompetente por la oposición al completo.

La culpa siempre la tiene Madrid. Esto me suena a cosa de casinos, ahora que tanto se habla de la bancarrota de los administrados por el Cabildo de Tenerife. Conozco unos cuantos por esos mundos de Dios. No es que en Las Vegas se viva ahora como en otros tiempos -la crisis no perdona a nadie-, pero de ahí a que un casino pida dinero para no cerrar media un abismo que sólo puede producirse en una isla como Tenerife. No lo digo por el Cabildo actual, que se ha limitado a heredar errores del pasado, sino por ese desmedido afán que ha tenido la Corporación insular de acapararlo todo. Un tema al que quizá le debería dedicar algunos folios porque hay mucho que comentar, pero será en otro momento. La idea de los casinos me viene a la cabeza mientras escribo sobre la excusada incompetencia -o inepcia; más bien inepcia- de Ángela Mena porque en ninguno de ellos he visto a un jugador que se considerase responsable de sus pérdidas. De sus ganancias, sí, porque, naturalmente, el mundo está lleno de gente muy inteligente que siempre sabe más que el vecino. De las debacles, en cambio, la culpa siempre la tiene el vecino.

Si la culpa siempre la tiene Madrid, ya sea de lo mal que van las cosas en Canarias, Cataluña, Andalucía o cualquiera de las diecisiete comunidades, ¿por qué no finiquitamos de una vez el Estado autonómico? No por una cuestión de ideología, sino de mero sentido común. No cabe en ninguna cabeza mentalmente sana que si en estas Islas las listas de espera para la atención sanitaria especializada son kilométricas, si el fracaso y el abandono escolar están a la orden del día, si el paro supera con mucho al de Grecia -el país que peor está entre los 28 de la UE- la culpa no la tenga el Gobierno regional, sino el central, pese a que las competencias en educación y sanidad -amén de otras más- llevan mucho tiempo transferidas. Un Gobierno autonómico, sobra recordarlo, presidido precisamente por el esposo de la señora Mena.

No es lógico que una carretera o un conjunto de viviendas sociales necesarias en Tenerife se planifiquen desde Madrid. Lo sensato es que se haga aquí; que lo hagan los políticos locales, que son quienes conocen -deberían conocer- las necesidades más urgentes de la población. Las autonomías, la descentralización, tienen su razón de ser pese a sus inconvenientes. Lo absurdo es que estén en manos de gestores, como la señora Mena, que no sirven para abordar los problemas cotidianos. Es por ahí por donde salta el sistema.

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