Hemos mantenido una postura fundamentalmente neutral sobre las prospecciones petrolíferas en aguas próximas a Canarias. Por una parte entendemos que estas Islas, con casi 400.000 desempleados y una economía sustentada casi exclusivamente en el sector turístico -con los riesgos que conlleva cualquier monocultivo-, no pueden renunciar a la explotación de unos recursos que les permite mantener un auténtico Estado de bienestar a otros países. No nos referimos solo a los opulentos emiratos árabes, sino a naciones tan occidentales, europeas, modernas y civilizadas como lo es Noruega y su petróleo del Mar del Norte.

Una oposición ciega a las prospecciones, como la desarrollada durante el último año por el Gobierno de Canarias y, consecuentemente, por CC y PSOE -partidos que sustentan al Ejecutivo regional-, resulta absurda. Casi diríamos que suicida en las actuales circunstancias económicas porque, pese a los indicadores cada vez más firmes de que estamos saliendo de la crisis, aún nos quedan muchos años por delante para lograr los niveles de empleo que teníamos en 2007, cuando empezó la profunda recesión en la que seguimos inmersos. Una situación que tampoco nos suponía un Nirvana terrenal, pues durante la época de las vacas gordas también había muchos canarios sin empleo.

Tan disparatada como la oposición frontal a las prospecciones es despreciar a quienes nos advierten sobre los riesgos que suponen para nuestro medio ambiente. El peligro siempre existe. Ni Repsol, ni ninguna compañía petrolera de las que explotan yacimientos en todo el mundo, pueden asegurar al cien por cien que no se va a producir un accidente, de la misma forma que ninguna aerolínea se encuentra en condiciones de garantizar a sus pasajeros que el avión en el que vuelan está libre de sufrir un percance. Todos asumimos riesgos a diario con actos tan cotidianos como subirnos a un coche o caminar por las aceras, pues siempre puede caernos una teja en la cabeza. Un riesgo que obliga a extremar al máximo las medidas de seguridad.

La existencia de hidrocarburos en aguas próximas a Canarias es, en última instancia, un problema técnico, como también lo es establecer las medidas de seguridad ambiental que sean necesarias o, llegado el caso, la prohibición de los sondeos y de las extracciones debido a que el riesgo es tan alto que no cabe asumirlo. Más allá de tales discusiones técnicas comienza el debate político, y ahí sí se han producido errores importantes. Paulino Rivero vio la oportunidad de reforzar su apoyo personal dentro de su propio partido en dos islas muy sensibles a las prospecciones, como son Lanzarote y Fuerteventura, y no dudó en enarbolar la bandera de la oposición a Repsol. Actitud que al mismo tiempo le servía para atacar a su gran enemigo político fuera de CC, como lo es el presidente del PP regional y ministro de Industria, José Manuel Soria; el hombre que le infligió una humillación política muy dolorosa para él, al liderar el partido que ganó las últimas elecciones autonómicas en Canarias.

Por su parte, Soria ha actuado en plan ordeno y mando. Su postura ha sido siempre favorable a las prospecciones y, llegado el caso, a las extracciones con el único y a la vez etéreo argumento de que son buenas para Canarias y para España. Ambas posturas son desacertadas y desafortunadas.

Con las actuales leyes españolas en la mano, no hay un beneficio claro para Canarias en el hipotético supuesto de que existiesen hidrocarburos en sus aguas. Nos referimos, lo precisamos una vez más, a una existencia rentable de acuerdo con los precios del crudo en los mercados internacionales y con la tecnología disponible para su extracción. La creación de unos miles de puestos de trabajo -muchos nos parecen- no resolvería el asfixiante problema de paro que padecemos. Lo apropiado hubiese sido que Rivero y su Gobierno asegurasen los potenciales beneficios del petróleo para Canarias y que Soria, como ministro del Gobierno de España, ofertase hechos concretos en este sentido en vez de una dudosa creación de puestos de trabajo. No ha sido así por ninguna de las dos partes, con lo cual, con petróleo o sin él, pierden quienes han perdido siempre: los canarios. Perderemos siempre mientras no tengamos el autogobierno al que aspiramos y, sobre todo, el respeto que han logrado vascos y catalanes.