Hay países en los que no es necesario luchar por un estado del bienestar porque ya existe. Países en los que no hace falta concederles becas a los estudiantes porque la educación es gratis para todos desde primaria a la universidad. Países como Dubái, donde la sanidad pública es absolutamente gratuita (aunque sólo para sus ciudadanos, no para los emigrantes). Países también como Noruega que disfrutan de una próspera economía en la que el desempleo resulta residual, la educación es gratuita y la sanidad llega a todo el mundo sin las vergonzosas listas de espera que existen en España, incluidas las de Canarias.

¿Qué tienen en común Dubái y Noruega? ¿En qué se parecen los fiordos a las dunas del desierto? No se parecen en nada. El único nexo entre ambas naciones es el petróleo. En el caso del mencionado emirato, más bien lo que ha supuesto el petróleo para su desarrollo, porque el oro negro se les está acabando. Actualmente los ingresos por la venta de crudo apenas suponen el 5% del PIB de Dubái. Hace 40 años las dos terceras partes de los ingresos de este país procedían del petróleo, pero en 1995 se habían reducido al 18%.

El petróleo se acaba también para los noruegos. Todavía les queda mucho en el Mar del Norte. No en vano el petróleo y la gasolina constituyen el 35% de sus exportaciones. Sólo Arabia Saudí y Rusia le venden al mundo más crudo que los noruegos. Sin embargo, saben que esto no es para siempre. Estiman que de aquí a 20 años es posible que este recurso comience a escasear. Ante el adiós a la calidad de vida más alta del mundo, los políticos -entre los que no suele haber chorizos, ni sobrecogedores, ni señoras ministras con exmaridos pringados hasta las cejas, ni ladrones de fondos públicos vía EREs, etcétera- han estado guardando el superávit presupuestario generado por el petróleo para tener rentas financieras (fondos soberanos) cuando se le acabe el maná del subsuelo. Cuando se acabe, se acabó, pero mientras haya marea, golpe a la lapa. Por eso el Gobierno noruego ha autorizado a la compañía Statoil la perforación del pozo más septentrional del planeta, en el mar de Barents; en pleno Ártico. Greenpeace se oponía a la perforación de este pozo, pero las autoridades noruegas consideraron que se cumplían las necesarias medidas de seguridad ambiental.

A lo mejor algún día descubro que la conservación de la naturaleza es mejor en España -de nuevo incluyo en España estos peñascos en los que vivimos- que en Noruega. Quizá nuestro Gobierno vernáculo es más pulcro que el noruego a la hora de evitar, por ejemplo, todo lo que ha fabricado el belillo -el belillo no construye; fabrica- en las medianías. Podrían Paulino Rivero y sus socios de aventura, incluidos los socialistas canarios, echar mano de la excavadora y acabar con el bloque visto de la misma forma en que en su día se acabó con la inmundicia de Cho Vito. Que no se altere el vecino rural porque no harán tal cosa. Si eso les diese votos, seguro que sí; mientras tanto, no.

Me comenta un colega que hemos caído en el periodismo de declaraciones. Lo que se publica son, esencialmente, declaraciones de este o aquel político, entrenador de fútbol, líder de un partido emergente, folclórica famosa o su equivalente masculino. Ya no se informa de lo que ocurre sino de lo que opinan sobre lo que ocurre personas que algunas veces tienen algo que decir, pero en la mayoría de los casos caen en la categoría de los bienaventurados de Emerson: dichoso el hombre que, no teniendo nada que decir, no lo evidencia con sus palabras.

Los conocimientos se adquieren. Nadie nace con la ciencia pregrabada en el cerebro. Cualquiera puede opinar sobre lo que ha estudiado; incluso sobre aquello que, aun no habiéndolo estudiado, ha reunido suficiente información. Yéndonos al límite, se puede opinar sobre asuntos de los que carece de cualquier dato. En un país democrático las opiniones son libres. Lo inaudito es que le pongan delante un micrófono a cualquiera, empiece a largar por esa boca suya y lo que dice vaya a misa; a la misa de los informativos de una televisión pública o de un periódico privado, si bien no por ello con menos obligación de atenerse a la seriedad. Por lo menos a la seriedad.

El Día de Canarias, me quedé estupefacto con lo que decía una chica sobre el rechazo a las prospecciones petroleras. Podía haber sido un chico, o un joven más espigadito, pero era una cuasi adolescente la que opinaba. ¿Sabe esa niña la cantidad de petroleros que pasan cada mes por aguas canarias? ¿Sabe cuántos cientos de miles de toneladas de crudo se descargan mensualmente en el campo de boyas de la refinería de Santa Cruz sin que jamás hayamos tenido una marea negra como la que aparecen en las fotos catastrofistas de lo que les espera a las playas de Lanzarote y Fuerteventura?

No merece la pena seguir con argumentos racionales. Siempre se ha dicho que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía, y eso no va a cambiar ahora. Paulino Rivero, más débil que nunca dentro de su propio partido -en CC no terminan de entender que quiera ser candidato y presidente tres veces consecutivas- ha encontrado un filón de popularidad. Un regalo que le ha servido el PP en bandeja de plata. Rivero oportunista y Soria torpe; ese es el cuadro de esta contienda. Estupidez política del PP que le devolverá a CC el crédito perdido cuando, por uno u otro vericueto aunque siempre con el trasfondo de los votos que hay que ganar y no perder, se prohíba en Baleares lo que se acaba de autorizar en Canarias. En ese momento no habrá tela suficiente en estas islas para confeccionar todas las banderas de siete estrellas con las que muchos, hasta ahora discretamente españolistas y en absoluto secesionistas, se echarán al monte del independentismo.

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