Hace 27 años, el Cabildo de Tenerife emprendió una acertada apuesta por el sector agrario, cuyo valor en cualquier territorio tiene carácter estratégico, acrecentándose mucho más en el caso de una isla o un archipiélago. Por ello, las administraciones públicas tienen la obligación de defenderlo, por razones sociales, territoriales, de seguridad de abastecimiento y culturales. Además, en el caso de nuestro Cabildo, la agricultura y la ganadería han sido -y espero que lo sigan siendo siempre- una herramienta necesaria para el equilibrio insular.

Dentro de este capítulo económico, quiero detenerme hoy, aunque sea muy resumidamente, al subsector vitivinícola, que nunca antes había sido considerado, igual que algunos otros. Al menos por las últimas generaciones, que no le prestaron el apoyo que era menester por su importancia. Por este motivo, cuando en 1987 asumimos el gobierno del Cabildo Insular, bajo la presidencia de Adán Martín, nos pusimos a trabajar en una estrategia para el desarrollo del subsector y su conversión en una actividad competitiva, que es la condición "sine qua non" para sobrevivir y crecer en la economía globalizada que nos viene impuesta.

Entendimos que para ser competitivos los productos tenían que ser de calidad. Que había que introducir la necesaria innovación tecnológica y que todo el proceso tenía que ser eficiente y riguroso. Se trataba, además, de objetivos que solo se podían alcanzar si todos luchábamos y caminábamos en la misma dirección: agricultores, ganaderos, técnicos, profesionales liberales, medios de comunicación, consumidores... De hecho, lo conseguimos en menos de cinco años.

Con muchísima tenacidad, profesionalidad, ilusión y esfuerzo, se crearon los gabinetes enológicos. Se realizó un arduo trabajo para elaborar el censo insular. Se becó a jóvenes para su formación como bodegueros y enólogos. Se asesoró a agricultores y bodegueros. Se crearon las denominaciones de origen. Se mejoró la productividad y la calidad. Se convocaron concursos y comités de catas. Se creó la Casa del Vino y se construyeron las bodegas comarcales.

En todo ese inmenso trabajo destacó por sus conocimientos, ilusión, capacidad de convicción y liderazgo un grupo de técnicos que, con gran profesionalidad, pasión y amor a esta tierra, desempeñó una labor extraordinaria. Entre sus integrantes, sin menospreciar a ninguno, quiero destacar la personalidad de José Luis Savoie Gutiérrez (Chicho). Funcionario ejemplar, ha desarrollado una labor sin horarios, sin descanso, cercana y con coraje intelectual, que, al lado de otros compañeros, ha servido para situar al Cabildo de Tenerife como una administración ejemplar, eficaz y admirada, de la que los tinerfeños debemos sentirnos orgullosos.

Entre otros muchos cometidos, Savoie acometió los proyectos y la dirección de obra de cinco de las seis bodegas comarcales, que son las bodegas sociales de Tenerife. Me refiero a bodegas de referencia en cada una de nuestras comarcas, por la calidad de sus vinos y la innovación tecnológica. Bodegas que garantizan un trato justo al agricultor, tanto técnica como económicamente. Porque esta revolución y potenciación de nuestros viticultores sirvió también para romper algunas situaciones de privilegio en el mercado de la uva. A veces, el beneficio de la inmensa mayoría supone pequeñas pérdidas de prerrogativas para algunos pocos particulares.

Aquella apuesta hecha por el Cabildo estuvo dirigida hacia la economía social, incentivando la creación de sociedades agrarias de transformación (SAT) y cooperativas, con el fin de vertebrar justamente la sociedad. Todo ello se hizo, además, sin que nadie recibiera nunca ni un duro por su trabajo (ni dietas, ni desplazamientos...). Se hizo por un verdadero compromiso con Tenerife. De ahí que quepa preguntarse: ¿qué amante de nuestra tierra es capaz de afirmar que el Cabildo ha de abandonar su gestión en el sector agrario? ¿Hay alguien capaz de desear que se desande todo ese camino? Espero que eso no ocurra nunca. Confío que el Cabildo siga apoyando a los agricultores de la vid y a los bodegueros como seña de identidad, importancia social, económica, territorial y estratégica.

PD: Hace 2.500 años, Esopo escribió una fábula titulada "La zorra y el macho cabrío en el pozo", cuya moraleja final es la siguiente: "Los hombres sensatos deben tener prevista con antelación las consecuencias de sus acciones y solo entonces ponerlas en práctica".