Poco más de ocho kilómetros cuadrados que cautivan y enamoran, pero que a la vez te abofetean mostrándote la realidad de un lugar que fue y ahora lucha por ser. Enclave privilegiado a los pies de un gigante de tipo vesubiano, la ciudad de Puerto de la Cruz ha sido el verso más socorrido de una clase política que le ha jurado amor eterno sin ni siquiera invitarla a cenar.

En todos los bailes de gala espera, con una conformidad carmelita, a que le razonen por qué es siempre la más agraviada frente a las princesas de Santa Cruz y las damas del sur de Tenerife. La que antes fuera reina pregunta al espejo que todo lo responde por qué las administraciones públicas le han soltado la mano a una playa de Martiánez que espera desde 2006 las obras de regeneración, pidiendo arena, no oro en gramos, a un Gobierno estatal que luego presume de compromiso otorgando las distinciones del mérito turístico en una ciudad a la que nunca invitan a la fiesta de los presupuestos generales y a la que han convertido en el destino más barato de España.

A ella le duele lo que observa y siente, tanto como las grietas de la calle Tegueste, tanto como los informes que estuvieron y que algunos no quisieron ver en una maña de improvisación con consecuencias en Punta Brava, un barrio castigado por la lejanía del ayuntamiento. También sufre, igual que los más de 3.000 parados que asisten al incremento de los euros en las nóminas de los gobernantes. Ella tiene el ADN de San Antonio y La Vera, barrios donde el agua salía marrón, el color con el que se quedaron los miles de vecinos que contemplaron al grupo de gobierno brindando por la instalación de los filtros en el depósito de La Montaña. Además de ser de barrio, es estudiante, la misma a la que se obliga a ir a otros lares porque su esperada biblioteca cierra a las 22.00 horas en época de exámenes y su oferta cultural se pondera en un rincón sin auditorio.

Igualmente es una de las 30.000 personas decepcionadas que sigue vigilante para que se cumpla lo acordado: la construcción de un muelle pesquero, deportivo y comercial a la altura de la historia de esta ciudad y alejado de conjeturas partidistas.

Aunque pasa el tiempo, el espejo la anima recordándole que el Cabildo la quiere elevar a la categoría de primer destino urbano multiexperiencias de Canarias; sin embargo, su respuesta inerte de mimos fue incontestable: "Sí, con hoteles de los años setenta, sin estación de guaguas ni cines". No quiere más mentiras y exige verdades con ficha financiera; por eso, me niego a pensar que la reflexión del arquitecto suizo Le Corbusier pueda ser extensible a Puerto de la Cruz: "La ciudad se está desmoronando, no puede durar mucho más; su tiempo ha pasado. Es demasiado vieja".

@LuisfeblesC