Lo malo de las historias que alcanzan un elevado clímax de tensión es que tienen finales que casi siempre defraudan. Uno se espera algo que esté a la efervescente altura de lo que ha vivido antes, pero no; los desenlaces casi nunca suelen cumplir con esas expectativas.

Algo así ha pasado con el final de la "guerra del petróleo" que tantas portadas nos dio, que tantos informativos abrió, que a los palacios subió y a las cabañas bajó y en todas partes dejó memoria polémica de sí. Aquello fue la madre de todas las batallas. Por un lado la poderosa armada de la multinacional que, como siempre ocurre, es incapaz de trazar una estrategia afortunada para un problema local. Por el otro, el Ministerio de Industria, con el polivalente ministro y presidente del PP en Canarias, José Manuel Soria. Y en medio, el Gobierno de Canarias, con Paulino Rivero envuelto en la bandera de Greenpeace (las ronchas que le habrán salido al pobre) avisando del apocalipsis del chapapote, caso de que Repsol se pusiera a sacar petróleo de las aguas cercanas a Canarias.

Las aguas no eran tan cercanas, pero al final no importó la distancia porque no había nada que sacar. Tres años de acusaciones, denuncias, manifestaciones, campañas, discursos, amenazas, reuniones, mociones, decretos, recursos y todo lo que imaginarse cabe que hagan los políticos desagallados acabaron en que no había nada que pinchar.

Tan amargo fue el final de la historia que hasta el enemigo triunfante se quedó desconcertado, como el boxeador que va perdiendo y en un golpe de suerte noquea a su rival. Repsol y el Gobierno de España habían ganado todas las batallas jurídicas y las torres estaban preparadas para empezar a sacar el crudo. Y de repente se anuncia que no hay. Y que todo se retira y se acaba. Y la gente se queda atónita e incrédula. "No, no. Aquí hay gato encerrado. Lo dejan ahora para sacarlo más adelante", decían algunos. Pero no. Parece que, definitivamente, no hay nada que sacar.

Es un final lógico para la espiral de disparates que se organizó de una parte y de la otra a cuenta del petróleo. Al Gobierno de Canarias el tema del crudo le supuso un impagable regalo mediático. Casi una legislatura tematizada con un poderoso enemigo exterior que quería humillar a los canarios y hacerles hincar la rodilla. La batalla del chico contra el grande. La esencia de la lucha canaria. La épica de cualquier relato glorioso. A punto estuvo Repsol de perpetuar en el cargo a Rivero, crecido ante el adversario.

Que ahora algunos sugieran que Repsol quiso conspirar para poner a Clavijo de presidente es de una tontería tan supina que da risa. La única relación del Consejo Político Nacional de Coalición con Repsol es el gas de los mecheros. La respiración nacionalista consiste en inspirar y conspirar. Es su naturaleza. No les hace falta nadie de afuera que les eche una mano. La teoría de la conspiración del crudo es, efectivamente, cruda. Una filfa indigesta.