Debo reconocer que fui uno de ellos. En la reactualizada dialéctica cainita de este país entre "fachas" y "progres", desde luego ahora estoy en el primer grupo. Alguna vez me han llamado facha incluso, gente que por la edad estuvo ausente frente a los auténticos; yo también de manera poco encomiable jamás evito el uso del epíteto "progre". Muchas veces es como termino mis imprecaciones.

En mi caso se da una cosa curiosa: de todos los de mi generación que yo seguía porque ya despuntaban de jóvenes en revistas y periódicos, por ejemplo Triunfo, El Viejo Topo o El País inicial, ninguno permanece en las filas de la izquierda. Ejemplos: Azúa, Juaristi, Savater, Albiac, Azurmendi, Boadella, Losantos, Elorza (este muy crítico), Tertsch, Arteta... han resultado ser verdaderos intelectuales, y no lo son abogados u otros profesionales. Dado su prestigio intelectual y presencia en los medios han supuesto un indudable sustento para la renovación de la derecha española, asentando el lado liberal y crítico. Ocurre que en este país inventor del anticlericalismo frente al laicismo francés o al secularismo anglosajón, las etiquetas son como dianas. Estas fortalezas del pensamiento crítico en EE.UU. no pasarían de ser liberales de izquierda genéricos. En España se les despacha con neoliberales o "neocon". Aquí lo que huela a liberal está estigmatizado. La progresía española no puede con eso.

La degradación del PSOE casi parece una enfermedad progresiva, el soñador Zapatero la contrajo, fue la inflexión. Dio comienzo la selección negativa que denunciaba Popper. Oyes hablar al exministro socialista, que fue electricista, José Luis Corcuera y parece Bordieu.

El grueso de los progres de clase media católica, tras la exacerbación religiosa y redentora en el comunismo, pasaron por IU y finalmente al PSOE. Algunos se perdieron en el camino. La edad y el dogma soterrado cristiano les han conducido a algunos a saltos más ágiles. Esta gente se hizo su bagaje intelectual: "Cien años de soledad", Víctor Jara, Leonard Cohen, Bergman y el Manifiesto comunista, y un estilismo muy acusado, marca vitalicia. Se aplicaron en sus saberes técnicos y profesionales, mucho más que en lecturas y análisis críticos, atrincherándose en modelos, testimonio y ejemplaridad (léase en fantasías e imaginario personal) y mucha superioridad moral. Estos misioneros, descuidados en lecturas, no concibieron el pensamiento personal, como Carmena, sino inercias ideológicas revocadas y pueriles. Van de adanistas. Con varita mágica para economía y obtención de recursos, y con prohibiciones y reglamentaciones exhaustivas buscan nuestra reeducación, intolerablemente concebida por los más indocumentados.