Ha llegado a mi correo un post en el que el autor reclama una "segunda alfabetización". Lo firma un profesor de Secundaria y Bachillerato llamado Francisco Riquelme. En su artículo, el docente expone que los profesores sienten la "necesidad sincera" de reciclarse, que "hace falta formación", pero que "sobre todo hace falta un reciclaje como personas". "Y eso -explica- es otro nivel de formación".

En el artículo publicado en INED21, que es un portal digital de educación y aprendizaje, este profesor afirma que "con frecuencia caemos en una carrera formativa, que a veces es incluso neurótica, por saber más y más". Habla de "furor formativo que aumenta el estrés por ser mejores profesionales". No obstante, y esto es en lo que yo me detengo, asegura que para afrontar los conflictos en el aula y mejorar como docentes necesitan "algo diferente". Y ese algo diferente -señala- tiene que ver con que logren "sentir que encajan en el aula y en la vida".

En los siguientes párrafos hace afirmaciones tales como que "mientras perseguimos más saber externo, lo que necesitamos es saber interno", o que "nunca antes la humanidad había atesorado tanto conocimiento" y que, sin embargo, "para resolver los grandes problemas del mundo no necesitamos más matemáticas, lengua, física...", sino "desarrollar la empatía" o "aprender a cooperar". Habla de "tender puentes entre la mente y el corazón". A mí se me antoja que la reflexión del docente podría alcanzarnos a cualquiera en cualquier oficio.

Daniel Goleman, el autor del bestseller "Inteligencia emocional", publicó unos años después "La práctica de la inteligencia emocional". Otro libro del que se esperaba que también revolucionara el universo empresarial y profesional, porque Goleman redefinía el criterio del éxito en el trabajo y las prioridades esenciales de las empresas. En esta obra, el autor refleja el resultado de numerosos estudios sobre organizaciones y la información que obtuvo de sus conversaciones con directores empresariales de todo el mundo. Ese resultado no fue otro que desvelar "las aptitudes que definen a los profesionales más competentes". Y todo para concluir que "desde los puestos de trabajo más modestos hasta los cargos directivos", el factor determinante para la excelencia profesional "no es ni el cociente intelectual, ni los diplomas universitarios, ni la pericia técnica. Es la inteligencia emocional".

A lo largo de esas páginas, el periodista norteamericano va haciendo un recorrido por las competencias de lo que llama "trabajadores estrella". Es sorprendente cuando explica que las pruebas de admisión a la universidad subrayan la importancia del coeficiente intelectual, pero que, "por sí solo, difícilmente puede dar cuenta del éxito o fracaso en la vida" de una persona. Según Goleman, "aunque la pericia, la experiencia y el coeficiente intelectual tengan su importancia, son otros factores los que determinan la excelencia" en un oficio. Y aquí entra en un terreno íntimo del individuo: su nivel de conciencia de las propias emociones, o su capacidad para motivarse, para ponerse en el lugar de los demás o sencillamente para saber relacionarse con otros.

Tal importancia le concede a estas capacidades que asegura que "las emociones descontroladas pueden convertir en estúpida a la gente más inteligente". El abanico de profesiones que abarca su teoría llega incluso a sectores científicos y tecnológicos donde parecería que lo primordial es un buen cerebro.

Lo que para Goleman está muy claro es que "por sí sola, la brillantez intelectual no conlleva al triunfo". Una nota o un título son solo una parte. "Lo que marca la diferencia no es la potencia intelectual". La excelencia en cualquier oficio está en "saber escuchar, colaborar, motivar a los demás o saber trabajar en equipo". La misma diferencia, según creo, que nos ha revelado el profesor del artículo.

@rociocelisr

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