En fútbol, por ejemplo, somos muy sectarios: queremos que el equipo contrario pierda hasta en los entrenamientos. No nos conmueven los problemas ajenos, en ese espacio futbolístico, y preferimos que el eterno rival baje a Segunda a seguir compitiendo con él por los títulos. Queremos el mal de los otros en ese ámbito, pero le deseamos el mal en otros ámbitos también. Es políticamente incorrecto decirlo, pero es cierto que muchos desconfían (o desconfiamos, hablemos en plural, que es signo de humildad) del éxito ajeno y prefieren que no se produzca. Dentro de nosotros habita un pequeño canalla, que araña todas las posibilidades íntimas de maledicencia aunque en público las acalle.

Acabo de leer un libro que narra la historia de un canalla, que se titula precisamente así, "Historia de un canalla". Es de la novelista (y periodista) Julia Navarro, que une al éxito de sus ventas una condición que no es habitual entre las personas que triunfan tanto: es humilde, pasaría por las calles sin que la gente la importunara y no destaca por los desplantes que a veces llenan las bocas de las personas que alcanzan notoriedad. Con un denuedo impresionante se impuso el estudio de la figura del canalla y alcanzó una obra en la que aparece ese retrato preciso, casi clínico, de la maldad que anida en el ser humano. (La entrevisté este viernes en Madrid, en su editorial, Plaza y Janés; cuando estaba con ella apareció un nuevo escritor, Miguel de León, cuyo libro "Amores perdidos" ha alcanzado en poco tiempo la segunda edición, lleva vendidos ya veinte mil ejemplares; Miguel de León es un tinerfeño de Valle Guerra, un hombre humilde y alegre, que tuvo que dejar el trabajo y se impuso la literatura que anida en él desde hace mucho tiempo y ha ingresado en la nómina literaria con un éxito del que hablaremos otro día).

Pero estábamos hablando de Julia Navarro y de su "Historia de un canalla". En uno de los episodios de su vida ese canalla que retrata (un norteamericano que desde niño comete fechorías que va agrandando) maneja elementos de chantaje utilizando el periodismo; el periodismo, como la política, como la judicatura, como la economía, son centros de poder de los que emanan con frecuencia casos de corrupción de las costumbres que dan de sí canalladas de las que la prensa sabe mucho.

Ese episodio en "Historia de un canalla" es ilustrativo del mundo en el que vivimos los periodistas, expuestos al uso y al abuso de nuestro poder, que puede ser ejercido para fines nobles y que puede también ser usado para acabar con el prestigio de las personas o de las entidades. Una suposición, un rumor bien instalado, un cotilleo, son instrumentos que, utilizados con mala voluntad, producen verdaderas canalladas, heridas en los individuos y en la sociedad.

Julia me decía que también hay gente muy noble, en este oficio y en la vida, y que ella tiene la esperanza de que haya aún más gente noble que gente innoble. En cuanto a este oficio que desarrollamos, yo tengo la impresión de que desconocemos el límite de posibilidades que tenemos de cometer o permitir canalladas, porque la sociedad se ha relajado a la hora de advertir estos peligros. Por ejemplo, se observa que, por el influjo de Twitter y de otras redes, cada vez es más posible difundir maldades sin comprobación, ante el regocijo del que no soporta el bien ajeno o del que quiere el mal del otro.

Leí antes de escribir este artículo, en esa red social, todo tipo de denuestos contra una nueva diputada canaria; rebuscando luego deduje que se habían pasado de frenada los comentaristas. Pero ya estaba ahí la broma pesada haciendo su efecto. Eso, que parece poco, es el principio de una canallada, y siempre hay un canalla que tira la piedra primero, y luego se va diluyendo, caminando con su regocijo entre la multitud que lo aplaude. Cuidado con los canallas, los llevamos dentro.