Detecto un empecinamiento por el logro. Por conseguir el objetivo trazado, la meta marcada. Hay como una proliferación de gente empeñada en ayudarnos a conseguir, sí o sí, lo que nos propongamos. El "tú puedes" ese, insistente, que pone más el acento en obtener lo que sea que en aceptar con deportividad que no siempre se puede. Ese mensaje obstinado en hacer depender de las propias fuerzas o de las ganas propias la consecución del resultado esperado. Como si pudiéramos echarnos sobre nuestra espalda semejante anhelo, sin considerar otros factores, otros elementos. Inconvenientes y tropiezos que forman parte del juego y que no manejamos, mucho menos controlamos. Pero que determinan la partida.

Me resisto a pensar que no hay un paso intermedio entre pelear un destino mejor y celebrar lo que ya se tiene, entre un "a por más" y un "es suficiente", entre la ambición y la aceptación. Entre la satisfacción de conseguirlo o la consolación de haberlo intentado. Y que en ese recorrido, mientras tanto, podamos ir valorando sin estar esperando.

Hay un cortometraje canario que no me canso de compartir, interpretado por las actrices canarias Nieves Betancort y Marga Torres, dirigido por Ismael Curbelo. Se titula "Las Esperas". Fue el ganador de la primera mención de la I edición de Canarias Rueda en Lanzarote en 2003 y lo puedes encontrar fácilmente en Internet. La cinta apenas dura tres minutos. La escena discurre en un cementerio de la isla donde predominan las palmeras y la blancura de las sepulturas sobre la negra tierra volcánica. Abuela y nieta, que visitan juntas la tumba del abuelo fallecido Antonio, mantienen una interesante conversación sobre "las esperas".

Voy a reproducir parte del diálogo, que es riquísimo. No obstante, es mucho mejor que busques el vídeo y veas la interpretación completa. Sara, la nieta, se interesa por la vida de sus abuelos y la abuela responde con inconfundible acento canario: "Ay, mi niña, hubo de todo, pero sobre todo mucha espera". "¿Qué quieres decir con mucha espera?", pregunta Sara. "Pues que desde pequeños nos convencemos a nosotros mismos de que la vida después será mejor". Y la abuela lo explica: "Tú crees que cuando termines tu carrera y encuentres un trabajo serás más feliz que ahora, ¿verdad? (...). Yo me casé convencida de que por fin iba a encontrar la felicidad, pero luego decidí esperar hasta tener mi propia casa. Luego, hasta tener mis hijos. Y luego hasta que mis hijos fuesen mayores. Y luego hasta que me jubilara. Convencida de que cada uno de esos deseos era lo único que me faltaba para ser feliz. Y de esta forma la vida pasa ante tus ojos esperando el tren de la felicidad que nunca llega".

La nieta concluye: "Entonces no fuiste feliz". "¡Claro que sí, mi niña!", responde la abuela. "Hubo momentos de felicidad, pero me perdí otros muchos por no saber reconocerlos. ¿Sabes lo que he aprendido después de todos estos años? Que la felicidad no llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando sabemos disfrutar de lo que tenemos. Sara, atesora cada momento de tu vida y recuerda que el tiempo no espera por nadie. No hay mejor momento para la felicidad que justamente este. Si no es ahora, ¿cuándo, mi niña?".

Esta es la complejidad de la vida. Incertidumbres, desasosiegos, reveses desafiándonos. Y deseos no siempre cumplidos y compensaciones no siempre justas. Y ahí andamos como esclavizados, esperando, a ver si se cumplen los sueños, si lo logramos. Por eso, seguir alimentando el resultado por el resultado me parece un buen abono para el fiasco o el desengaño. Personalmente prefiero subrayar el valor del intento sin regatear el esfuerzo para, quién sabe, lograrlo o no lograrlo.

@rociocelisr

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