Una de las claves del éxito de Apple es que se trata de una organización "increíblemente colaborativa". A esto atribuía Steve Jobs el triunfo de la multinacional estadounidense, la empresa líder en el diseño y la producción de equipos electrónicos y software. Por eso -explicaba- no tiene comités de nada, sino que cada persona se responsabiliza de un área y luego se reúnen algunas horas a la semana para hablar de lo que están haciendo, de cómo va el negocio. "Y así, -decía- tenemos un excelente trabajo en equipo desde la cima de la compañía". Según Jobs, ese trabajo depende de confiar en los demás, o sea, confiar en que cada uno hará su parte del trabajo sin necesidad de ser supervisado. Y trabajar todos al mismo tiempo, simultaneados y manteniéndose actualizados.

En una entrevista realizada un año antes de fallecer, se mostraba orgulloso de saber cómo repartir las tareas. De hecho, se vanagloriaba de hacer muy bien esto. Explicaba que sus días consistían en reunirse con grupos de personas "y trabajar en ideas y resolver problemas para crear nuevos productos". El periodista le pregunta con desparpajo si la gente estaba dispuesta a decirle en qué se equivocaba. Jobs -al que le acompañaba fama de soberbio- sonríe, asegura que le expresan "excelentes argumentos" y parece aceptar que "no siempre puedes ganar".

Somos seres sociales y en esa interacción social el potencial de los talentos se multiplica. La inteligencia colectiva funciona, creo yo, más allá de la suma de las inteligencias personales y en la colaboración surgen ideas mejoradas y soluciones, alternativas o salidas extraordinarias y jugadas redondas, impensables sin el codo a codo.

Sin embargo, antes de compartir esos momentos, de sentarnos juntos y hablarlo, o discutirlo, o acordarlo o lo que sea. Antes de todo eso -o quizás al mismo tiempo- está la soledad. La fructífera y necesaria soledad. El momento personal, el íntimo, reconfortante, restaurador, fecundo. No digo la soledad forzada o forzosa, porque esa es la que no encuentra a los demás. Me refiero más bien a la soledad voluntaria, buscada. La aliada de uno mismo porque es donde puedes recrearte una y otra vez. La soledad que es fuente de creatividad también.

Susan Cain es una escritora estadounidense autora de un libro titulado "El poder de los introvertidos". Su charla TED del mismo nombre, que acabo de consultar en Internet, ha sido vista trece millones y medio de veces. Y en algún sitio he leído que es una de las favoritas de Bill Gates, el otro gigante de la revolución digital. Pues bien, esta abogada defiende espacios de introspección para que no se pierda el talento de los introvertidos, la gente a la que le cuesta más "responder a la estimulación social". "Tenemos la creencia -dice- de que toda creatividad y productividad proviene de un lugar extrañamente sociable". No obstante, "la soledad a menudo es un ingrediente crucial de la creatividad". De manera que la clave, según Cain, es "estar en la zona de estimulación más adecuada para cada uno". Yo añadiría, en el momento oportuno para cada uno. A veces, en equipo. A veces, en soledad.

Me parece que la soledad importa tanto como importan los demás. Para que en el intercambio posterior -o quizás simultáneo- haya algo que intercambiar, algo que donar. No hay trabajo en equipo si no hay trabajo personal.

Gracias a Susan Cain he sabido que Apple, promotor del trabajo en equipo, dio su primer golpe de timón gracias al trabajo personal. Steve Wozniak, cofundador de la compañía y reconocido como un genio de la ingeniería, inventó el primer ordenador personal "encerrado en su cubículo de Hewlett Packard, donde trabajaba", y lo hizo en soledad. Luego, lo compartió con los demás.

@rociocelisr

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