Canarias, según el INE, es la comunidad autónoma con menor gasto medio por persona, 9.000 euros al año el 2015, casi un 18% por debajo de la media española. El dato sería relevante si no fuera porque llueve sobre mojado: es decir, es una consecuencia derivada de la lógica de que quien menos tiene menos gasta. Si se mira el mapa de los territorios más pobres del Estado -nosotros, los andaluces y los extremeños-, se percibe que son también los que menos gastan al año.

Con los sueldos entre los más bajos de España y con una de las mayores tasas de paro, incluida la de parados de larga duración, las Islas Canarias tienen todos los boletos para ir apareciendo en todo tipo de listados donde se atisban datos relativos a la pobreza estructural. La pregunta es si esto es una consecuencia de una maldición bíblica o si por el contrario es algo reciente que se debe a nuestros propios errores.

Pese a lo que algunos sostienen, la economía canaria funciona. El modelo de las islas, la venta de servicios turísticos, se ha transformado en un modelo de éxito que factura casi quince mil millones al año. Aquí no tenemos materias primas ni yacimientos capaces de convertirnos en un emporio industrial. Y tampoco tenemos agua abundante y grandes terrenos para convertirnos en un emporio agrícola. Hemos puesto en valor aquello para lo que estábamos mejor preparados: ser un destino para el ocio de millones de europeos que nos dejan una media de mil euros por cabeza en cada visita.

Lo que ocurre es que excepto en eso nos hemos equivocado en casi todo. El modelo fiscal canario pasó del librecambismo y las exenciones a un sistema más similar al del continente y la presión fiscal en las islas se elevó. En vez de transformarnos en una plataforma para la reexportación de productos industriales hacia el cordón aduanero -por ejemplo, tabaco- nos integramos dentro del mercado europeo. Nuestra agricultura de exportación ha sobrevivido gracias a las ayudas comunitarias. Y poco más. Los políticos de la nueva izquierda han inaugurado su propia feria de estupideces demonizando la Reserva de Inversiones de Canarias como una herramienta para el enriquecimiento de algunas empresas. Tan ricas son que quedan diez mil menos que hace ocho años. La triste realidad es que la inmensa mayoría de las 132.000 empresas que hay en las islas son micropymes o autónomos que sobreviven a duras penas y pagan, por ende, salarios escasos. Pero son ellas las que dan empleo, no los discursos.

Nuestra economía turística tiene un fortísimo protagonismo externo, de grandes cadenas hoteleras y negocios impulsados por conciudadanos de otras latitudes. Tiene que ver con los orígenes del sector (capitalizado desde fuera) y nuestra propia idiosincrasia. Pese a ello, el auge del turismo y el aumento de la recaudación de impuestos en las islas han permitido sobrevivir a los recortes de Madrid, pero cargando el peso en las costillas de los propios canarios. Y los mismos que denuncian la pobreza laboral son los que hablan de subir la fiscalidad. No sé si son idiotas o sólo lo imitan perfectamente.