Los librecambistas son una especie en extinción. Y a quienes consideramos que los resultados de la integración de Canarias en el mercado común fue un mal negocio, se nos suele tapar la boca con dos razonamientos, uno muy contundente y otro muy falso. El primero, que las Islas, por razones de interés político, no podían quedarse como un país tercero, fuera de la sombrilla política y ciudadana de Europa y tan cerquita del continente africano. El segundo, que los efectos negativos de la integración (que para Canarias significaban renunciar a libertades fiscales y comerciales) se compensaron con cientos de millones de euros en inversiones y en ayudas comunitarias.

Es verdad que para Madrid, dejar fuera a Canarias era un enorme problema. Pero no por motivos políticos estrictamente. Que el Archipiélago tuviera un régimen especial dentro de la Unión Europea podía transformarlo en un centro reexportador de mercancías y en una plataforma de entrada en los mercados protegidos de la Comunidad. Esa fue la verdadera razón por la que se apoyó y se potenció desde Madrid, con tanto entusiasmo, a los sectores exportadores agrarios que pedían la plena integración. Para hacerlo se manoseó el peligro de las ambiciones anexionistas de Marruecos, un cuento para viejas que sirvió de perfecta coartada. Querían "proteger" a los ciudadanos españo-les de Canarias haciéndolos plenamente europeos.

La realidad es que se logró lo que se pretendía. Erradicar cualquier posibilidad de que Canarias se transformara en un centro reexportador de productos industriales semielaborados en las Islas, como el tabaco sin ir más lejos. Una de las páginas más vergonzosas de la historia pequeña de nuestras islas es cómo se aniquiló sistemática y eficientemente el sector industrial tabaquero en favor de los intereses monopolísticos de Madrid.

Por supuesto que no todo fue malo en el cambio de modelo. Las exportaciones plataneras a la Península siguieron protegidas. Los agricultores accedieron a las ayudas de la Política Agrícola Común. Y las ayudas de los diferentes fondos europeos para el desarrollo regional empezaron a fluir hacia las Islas. Leche y miel. Pero en el trasfondo, la presión fiscal (la carga de impuestos con respecto al PIB) comenzó a subir en las Islas. El peso del sector agrario, protegido, empezó a caer en el PIB canario. La industria languidecía. Y el comercio tuvo que readaptarse a un régimen impositivo que le llevó del cielo al purgatorio.

Los dos únicos sectores de éxito en el crecimiento de Canarias son precisamente los que en nada se beneficiaron de una integración que les resultaba indiferente. Por una parte la venta de servicios turísticos, cuyo crecimiento ha tirado de todos los bienes y servicios relacionados (construcción, transporte, comercio, restauración...). Y por la otra el sector de las administraciones públicas, que no ha hecho sino engordar sus gastos y empleos en paralelo al crecimiento del esfuerzo fiscal de los canarios que los pagan.

Cuando el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, evoca glorias pasadas del imperio económico de su isla y se lamenta de la caída de su peso económico en el Archipiélago, describe una enfermedad real, pero se equivoca en las causas. Para Morales el origen está en el reparto de poder político en Canarias -la triple paridad- que arrebató el control a Gran Canaria y lo puso en manos de la alianza de Tenerife y algunas islas menores. Un hecho que se agravó con la salida de los primeros espadas de su isla (Mauricio, Olarte, Román Rodríguez) del nacionalismo gobernante de Coalición Canaria, a quienes los insularistas grancanarios siguen llamando, con indisimulada sorna, "la ATI". Es la misma lectura simplona que se hacía desde Tenerife del auge político de Gran Canaria cuando desde aquí se identificaban los éxitos de la isla de enfrente con el imaginario de las estrategias y poderes de un "sanedrín" de empresarios y políticos.

Basura. Las fuerzas que mueven la economía son más poderosas y más fuertes que la ficción literaria de unos cuantos conspiradores de clubes empresariales naufragados en whisky. Gran Canaria prosperó cuando el comercio era el motor de las Islas y el Puerto de la Luz resiste como el último baluarte de éxito de ese modelo. Cuando cambiamos de modelo económico, la Isla se quedó en "stand by". Tardó años en acomodar su planeamiento al desarrollo turístico. No la vio venir. Y mientras Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura se ponían las pilas -incluso pasándose de frenada en muchos casos- Gran Canaria se agostaba en peleas políticas fratricidas, ayuntamientos "time sharing" y un Cabildo que cambió más de manos que un billete de cinco euros a finales de mes. El sector exportador del tomate se fue al garete (o a Marruecos). Y el activo papel comercial que jugábamos en el mundo se diluyó, constreñido por los reglamentos y disposiciones comunitarias.

Un país que vive del turismo tendría que apostar por impuestos indirectos bajos, por libertades comerciales y arancelarias, por fomentar el shopping y las industrias del ocio. Un país que es fronterizo con un mercado de -hoy- quinientos millones de consumidores, debería jugar, si le dejan, a convertirse en una puerta de entrada y salida de mercancías a las que aquí se les pondría el valor añadido suficiente -con mano de obra local e incorporación de bienes y procesos- para que adquieran el sello de propios. Pero no fue así.

Tomamos una decisión. Y todas las decisiones tienen sus consecuencias. Unas buenas y otras indeseables. Seguramente muchos harán un balance positivo de nuestra integración comunitaria. Y es legítimo. Yo en cambio me apunto a los que creen que el librecambismo y las libertades que perdimos hubieran sido mejores. Porque lo que tenemos hoy es que Madrid y Bruselas han traicionado los acuerdos de compensar nuestro viaje del paraíso al purgatorio fiscal europeo. Porque han recortado las ayudas, convenios y mecanismos preferentes, que en su día manejaron como compensaciones. Prometer hasta haber metido -nunca mejor dicho- y después de habernos metido, nada prometido. Si les parece bueno ser los campeones en cifras de paro y en tasas de riesgo de exclusión social, estar a la cola de los salarios del Estado y de la financiación de los servicios estatales, estar a la cabeza del costo de la vida y de la cesta de la compra de los productos básicos... si creen que ese balance es positivo, allá ustedes. Yo pienso lo contrario.