El impacto fue brutal. No lo viste venir, pero ¿cómo ibas a poder hacerlo? Al fin y al cabo, no los llaman halos de "materia oscura" por nada y, además, a más de 1000 kilómetros por segundo tampoco habrías podido hacer nada para evitar la colisión. No es la primera vez que ocurre, así que lo sabes bien.

Todo comenzó cuando apenas habías experimentado la mitad de tu existencia como galaxia, unos 7000 millones de años atrás, en el momento en que la atracción gravitatoria del vecino cúmulo de galaxias se hizo irresistible. No tienes noción de un pasado sin él, siempre amenazante en la distancia, al principio no más que un grupúsculo lejano que no cesó de crecer en todas direcciones a base de engullir de manera desenfrenada otras galaxias. Hasta que también llegó tu turno y de una manera extraña te hizo parte de él y tú contribuiste a definirlo, una más en el enjambre galáctico, miles como tú orbitando alrededor de la galaxia más gigantesca que nunca viste.

Para entonces ya eras una galaxia bien definida, una galaxia bastante típica en comparación con lo que había a tu alrededor, una galaxia que ya había formado algo más de mil millones de estrellas en su disco y tenía un halo de materia oscura cientos de veces mayor. Así que, aunque ahí afuera había galaxias cuyo tamaño te empequeñecía, tampoco es que hubieras perdido el tiempo. Aún conservabas una cincuentena de globulares, densas agrupaciones con centenares de miles de estrellas casi tan antiguas como el Universo mismo y que se extendían prácticamente hasta tus propias fronteras exteriores. Y en tu centro acogías un núcleo estelar diez veces más masivo que cualquiera de los globulares, compacto y prominente, con estrellas viejas y no tanto, y rodeado de nubes de gas y polvo que debían ser transformadas en nuevos astros más temprano que tarde.

Pero el cúmulo de galaxias lo cambió todo. El primer síntoma fue la escasez de nueva materia prima: de pronto te faltaron galaxias menores que devorar y se agotó el suministro de hidrógeno gaseoso, ese combustible que te permitía formar más estrellas y crecer. E inmediatamente comenzaste a perder las partes externas de tu propio halo de materia oscura, al mismo tiempo coraza y sustrato de tu ser, y viste capa tras capa ser limada, pausada pero implacablemente, por la fuerza gravitatoria del cúmulo conforme su atracción te arrastraba hacia sus profundidades. En esa caída hacia el abismo te zambulliste en una tenue sopa de plasma a decenas de millones de grados de temperatura y lo que al principio parecía solo una suave brisa gradualmente se convirtió en viento huracanado que arrancó de cuajo el poco hidrógeno al que habías conseguido aferrarte. Ahí terminó tu historia como creadora de estrellas y mutaste a fósil ambulante. Para empeorar aún más las cosas, cuanto más te aproximabas al fondo del cúmulo más numerosas y mayores eran las galaxias que encontrabas en tu camino. Así que entendiste el primer encontronazo como algo inevitable y el impacto arrancó aún más materia oscura y muchos globulares y las primeras estrellas del disco. Estrellas que habías visto nacer en tu seno, que te definían como galaxia, y que se perdieron de manera irremediable en la oscuridad del medio intergaláctico. Tu viaje había comenzado tan lejos del cúmulo que te llevó 500 millones de años alcanzar su centro y rodear a toda velocidad las partes externas de la galaxia gigantesca, donde la aceleración y su atracción gravitatoria eran de tal intensidad que aún más materia oscura y globulares y estrellas escaparon antes de que pusieras de nuevo rumbo hacia las partes externas y más apacibles del cúmulo.

Y así, órbita tras órbita, se repitió el desmembramiento, a base de arañazos, golpes, empujones, más golpes, estrujones y dentelladas. Ahora, en tu séptima aproximación a las entrañas del cúmulo, esta última colisión fue la gota que colmó el vaso. Ahora, vapuleada, ves cómo las últimas estrellas de tu disco galáctico se alejan y se mezclan con las de la galaxia gigantesca. Ahora, cuando ya no tienes materia oscura y te han extirpado más del 99% de tus estrellas y de ti solo queda un núcleo estelar compacto, dudas hasta de tu propia identidad. Tú, que habías creado globulares que orbitaban en tu interior, asimilas que de hecho ahora no eres más que una densa agrupación estelar que gira en torno a otra galaxia. Entonces, ¿acaso sigues siendo galaxia? Todo parece tan confuso... Pronto descubres que no estás sola, que en tu vecindad hay decenas de miles de redondas y compactas agrupaciones estelares, la gran mayoría viejas y muchísimo más pequeñas que tú y similares a esos globulares que tú acogías. Pero también hay unas pocas de gran parecido a lo que ahora eres y que probablemente hayan sufrido tu mismo destino. En cualquier caso, ahora que son todas parte de otra galaxia, esa galaxia gigantesca, quizás lo importante es que aún eres, y no exactamente qué eres.

Rubén Sánchez Janssen es un astrofísico lagunero que se licenció y doctoró por la Universidad de La Laguna, con un proyecto de tesis desarrollado en el Instituto de Astrofísica de Canarias. Tras estancias postdoctorales en el Observatorio Europeo Austral (ESO, Chile) y el Instituto de Astrofísica Herzberg (Canadá), actualmente forma parte de la plantilla del Observatorio Real de Edimburgo, en Escocia. Allí divide su tiempo entre el desarrollo de nueva instrumentación astronómica para grandes telescopios y el estudio de galaxias y agrupaciones estelares en cúmulos de galaxias.

Coordinadora: Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez