Twitter está condenado a desaparecer. Antes o después y al menos de mi mundo. Esta red social creada en 2006 se ha convertido en el mayor estercolero de insultos y agresiones verbales de todas las existentes. Dando un poder que no merecen a miles de anónimos enajenados, no hay coto para el despropósito y la humillación del otro. El último ejemplo se ha producido tras la muerte de Bimba Bosé. Pudiendo estar más o menos de acuerdo con la trayectoria vital de la artista, no hay derecho a soliviantar la paz de su sepulcro. Sin embargo, Twitter le brinda la oportunidad de vomitar el más despreciable ácido a muchos que no se han ganado el derecho a nada. Y para opinar se tiene que tener un mínimo código ético. Al menos, para hacerlo públicamente.

Los agravios a Miguel Bosé por una supuesta condición sexual que ni él mismo ha desvelado y por la de su sobrina, separada y con dos críos, son para meter en el trullo a mucha de esta tropa. Hoy millones de usuarios pueden decir de ti la mayor de las tropelías y convertirla en un fenómeno viral. Y es injusto. Que no me intenten convencer de que este es el presente o el futuro. El mío al menos no. En mi vida y en mi "timeline" exijo respeto y justicia. Exactamente la misma que ofrezco y que demando a cualquier Estado de derecho. En mi acontecer diario no quiero a esta escoria y me niego a transitar a esta basura de personas que Twitter ha elevado a catedráticos de moral pública amparándose en un gran vacío legal. ¡Que les den!

@JC_Alberto