En esta recién terminada carnestolenda, por su espíritu transgresor esta vez inadecuado, ha surgido el fenómeno de la profanación de las creencias ajenas, a cargo de una persona que sólo buscaba notoriedad para ser carne de crítica colectiva, positiva cuando sus defensores, habitualmente comentaristas resabiados, se sitúan de espaldas a la opinión moderada de la mayoría aliándose con el transgresor de inmediato, bien por tener apetencias similares o por presumir de ser más progresistas que el propio progreso como definición. O lo que es lo mismo, ir por principio contra corriente de todo lo que surge de un modo casual o premeditado, aunque en su fuero interno no lo compartan, sino que simplemente lo manifiestan por seguir la misma trayectoria promocional del muñidor de tan indecoroso montaje escénico.

Me viene a la mente una reseña entresacada de un diario del pasado siglo, acerca de la discutible proyección de una película sobre una interpretación muy personal sobre la pasión de Cristo, donde la ofensiva iba dirigida casi siempre contra determinadas formas y expresiones, y no contra el séptimo arte. Así, en octubre de 1908, la prensa condenaba un film de la Pasión por falsear la imagen de Cristo con estas palabras: "El espíritu cristiano no puede menos que protestar ante la profanación de la figura del hombre Dios. El Arte también protesta de las ridiculeces de un mal comicastro, de un polichinela que quiere, aunque por breves momentos -los momentos que dura la película- obtener la falsa notoriedad de la que carece en su vida real".

Lo que traducido al momento actual viene a corroborar el sentimiento mayoritario en un mundo que se jacta del libre pensamiento cuando reside en democracia, y que por tanto tiene el mismo derecho de demostrar su repulsa al deleznable y zafio comportamiento de un oportunista que quiere abrirse paso laboral mediante el escándalo. Porque la permanente y constante reafirmación de la tendencia sexual, que es muy libre de serlo, no es sino una forma soterrada de indefinición de personalidad, que necesita publicitarse de forma repetitiva a la mínima ocasión. Otra cosa muy diferente ha sido la comparación del hecho con la tragedia del accidente aéreo que costó la vida a unas 120 personas, llevada a cabo por el obispo de Canaria (sin la ese para confundir) monseñor Cases, que ha generado otra ofensa grave a los familiares de tales víctimas por su falta de sensibilidad. Polémicas y contradicciones aparte, muchas de las cuales sólo encierran opiniones políticas partidistas sobre la supervivencia del conocido pleito insular, este circunstancial engendro, no lo olvidemos, tendrá la misma vigencia que un cubito de hielo en una olla a presión, que tal vez sirva para que los responsables de la moral y el orden colectivos endurezcan sus criterios a la hora de presumir de tolerancia.

Ya en un plano ajeno a este incidente circunstancial, me gustaría opinar sobre el inconsistente criterio popular para nominar a los ganadores de la final de "Tu cara me suena". Un espectáculo televisivo que, salvo el desmesurado histrionismo provocador del "seleccionador" Ángel Llácer, a modo de la "drag" de la polémica, a los creadores del programa sólo se les ha ocurrido darle al pueblo la opción de ejercer de jurado con un fallo inconsistente. Recuerden si no el patinazo con el Chiquilicuatre, masivamente votado, o la decisión el pasado viernes de relegar a la actriz, bailarina, cantante y galardonada compositora Beatriz Luengo a la cuarta posición y a una tercera a la gran intérprete Lorena, dejando incomprensiblemente en el segundo puesto a la torpe y apocada Rosa López, que aún vive de la renta del eurovisivo "Celebration".

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