Una cantera ilegal que tengo abierta en el riñón derecho me ha impedido esta semana seguir de cerca el apasionante debate sobre el estado de la nacionalidad canaria, que terminó con la votación de una serie de propuestas de resolución. El año pasado se aprobaron más de catorce páginas del boletín del Parlamento llenas de propuestas. Este año será igual. ¿Y qué son? Pues nada.

Un grupo parlamentario puede presentar una propuesta solicitando que una docena de canarioflautas sean equipados con lanzamisiles y ametralladoras ligeras para crear la primera escuadrilla aérea de la guanchancha canaria. Si al Parlamento le diera por aprobar esa propuesta, los partidos animalistas ni protestarían. Los canarioflautas estarían a salvo porque las propuestas de resolución son simples humos de pajas parlamentarias.

Un ejemplo de propuesta sería algo como esto: "El Parlamento de Canarias insta al Gobierno a conseguir la plena felicidad de los canarios, el ascenso de CD Tenerife a la Primera División y que la UD Las Palmas quede campeona de la Champions". Esta podría ser una propuesta de resolución de las que aprueba nuestro Parlamento. Unas catorce páginas de buenas intenciones, como si al secretario le hubiese entrado un jamacuco budista y se hubiese desatado escribiendo los mejores deseos. Como si el Parlamento se hubiera convertido en una gigantesca lata de galletas chinas de la buena suerte.

Las leyes, quieras o no quieras, afectan a los ciudadanos. O mejoran su vida o la joden un poco más. Pero cuando los diputados no están haciendo leyes, su trabajo es tan evanescente, desde el punto de vista práctico, que es como el que tiene tos y se rasca el trasero. Las discusiones, debates y propuestas acaban en documentos que se aprueban y pasan a dormir el sueño de los justos del diario de sesiones.

Porque en el Parlamento le dan mucha importancia al papel. Lo contaba con mucha gracia el brillante economista y escritor José Carlos Francisco -algunos dicen que es presidente de la CEOE- señalando que un diputado suele preguntarle al Gobierno "¿cuántos turistas entraron en 2016 en la isla de Fuerteventura?", seguido de "¿cuántos turistas entraron en 2016 en la isla de Lanzarote?". Y así isla por isla, para terminar preguntando cuántos turistas entraron en Canarias en 2016. ¿Y no sería mejor preguntarlo todo de una vez? Pues no, se respondía Francisco. Porque de la otra forma se contabilizan ocho preguntas, en vez de una. Y al final del mandato el diputado o diputada puede señalar, muy ufano, que ha hecho mil quinientas preguntas al Gobierno. Perfectamente inútiles la gran mayoría de ellas, eso sí. Pero mil quinientas. Para atender este tipo de majapapas, las consejerías tienen dedicados algunos equipos cuyo único trabajo consiste en responder por escrito a sus señorías lo que sus señorías podrían encontrar con un ligerísimo esfuerzo en las excelentes tablas del Instituto Canario de Estadística.

La mayor novedad del debate de este año es la sorprendente evidencia de que varios de los partidos presentes en el Parlamento, que aprobaron allí un documento de reforma del Estatuto de Autonomía, están intentando cambiarlo a mil y pico kilómetros de distancia, en las Cortes madrileñas. Hace décadas el asunto se habría interpretado como un insulto a la autonomía canaria y a la representación legítima del pueblo de las Islas. Hoy ya da igual. A la gente se la bufa, se la suda, se la pela, que diría ese genial orador que es Pablo Iglesias.

Hemos llegado a la evidencia de que los asuntos de las colonias se arreglan en la metrópolis. Porque, como diría "brufando" Brufau, este es un pueblo tercermundista, pero muy obediente de Madrid. Y a la gente sus políticos y su parlamento soberano le importa un comino. Un comino menos de lo que le importa el propio debate sobre el estado de Canarias: o sea, dos cominos.

Pero para que todo no sea negativo, el pleno de este año tuvo algunas novedades. El Gobierno canario, consciente de la baja trascendencia democrática que se está ganando a pulso el Parlamento, decidió echarle una mano comprometiéndose a bajar de forma inmediata las listas de espera de Sanidad y a que todos los canarios hablemos inglés en unos doscientos cincuenta años. Como Clavijo no se tira a la piscina sin meter la pata en el agua, es más que probable que la Sanidad mejore en las Islas en breve plazo porque el Gobierno ya tiene previsto que esa será la primera gran bofetada sin manos que va a darle a sus exsocios socialistas: demostrar que con más dinero hay menos colas.

El resto de los grandes asuntos aprobados se convertirán en propuestas de resolución. O sea nada. Páginas y páginas del diario de sesiones. Que las pasen al inglés para que las lean los pibes del futuro.