Dicen que a Caravaggio le echó la bronca un papa porque pintó un cuadro de la conversión de San Pablo, camino de Damasco, que no se ajustaba a la realidad. Para el sacerdote, el apóstol caído en el suelo, deslumbrado por un rayo divino, reflejaba fielmente el momento trascendental. Pero no entendía que el caballo estuviera tan tranquilo a su lado. "Es que la visión la tuvo Pablo, no su caballo, santo padre", dicen que le respondió el pintor.

Los artistas tienen la manía de inspirarse en la fantasía para mostrarnos fragmentos de la realidad. Es el caso de miles de pinturas que recrean momentos de la historia. Por ejemplo, el cuadro del pintor palmero Manuel González Méndez ubicado en el Parlamento de Canarias, donde se representa la entrega de una doncella aborigen a unos lascivos conquistadores castellanos, que ha despertado la indignación y el rechazo de dos sensibles nacionalistas canarios.

Siendo que es el Parlamento la sima del pensamiento patriótico, es normal que alguien se despeñe de vez en cuando en cosas como esta. Incluso en la de proponer que el cuadro fuese piadosamente tapado por una cortina para impedir la visión del machismo, la invasión y la trata de blancas, todo al mismo tiempo, representada en la ficticia imagen del lienzo.

La hipersensibilidad nacionalista, que sangra aún por la herida de la conquista realizada hace cinco siglos, tiene estas cosas que son de agradecer. Hubo otra época en que los libros y los cuadros sencillamente se quemaban; a veces con el autor atado en un palo en medio de la pira. Es normal que a dos buenos nacionalistas canarios les horrorice la imagen de unos guanches entregando una pibita al enemigo. Es la misma sensación que debe sentir un madrileño al enfrentar los fusilamientos del Dos de Mayo de Goya o un vasco viendo el Guernica de Picasso.

El arte es un pasaporte para los demonios interiores de nuestra mente. Hay gente que ve pornografía en la "Maja desnuda" o una desviación sexual en "Dafne recibiendo la lluvia dorada" o incluso una incitación al consumo de estupefacientes en "Los borrachos". El espectador reinterpreta el arte de la forma en que concibe la realidad. Eso le dijo Toulousse Lautrec a unas señoras indignadas ante uno de sus carteles porque representaba a una cabaretera desvistiéndose. "No es cierto, señora. Usted ve que se está desnudando, pero yo la he pintado vistiéndose".

Un nacionalismo tan sensible que se desgarra por la imagen ficticia de una imaginaria doncella entregada a los castellanos es sorprendente. Uno espera del nacionalismo que desgarre por los salarios de miseria, por las tasas de paro y de pobreza de una tierra explotada por grandes empresas que excavan beneficios a cambio de espejitos y cuentas de colores. Pero ya ven. El pasado antes que el presente. El romanticismo antes que la realidad. Viendo la necedad que nos invade, digo yo que, puestos a pedir una cortina para tapar el cuadro, hagamos un poco más de gasto y encarguemos una gran tela para ponerla encima de tanta antigualla con dos patas. Corramos así un estúpido velo.