Donald Trump fue elegido presidente de los EEUU en unas elecciones tan libres como cualquiera que se haya celebrado antes y con las mismas reglas de juego que las anteriores. Norteamérica eligió democráticamente a ese personaje populista y peligroso con lenguaje de matón y chulería infinita. El muro que pretende levantar entre su país y México no solo estaba en su campaña electoral, sino que era uno de los asuntos que con más contundencia solía repetir. Las amenazas que lanza ante la prensa ("enemiga de, pueblo") y su enfrentamiento a la gran mayoría de los intelectuales y artistas norteamericanos no son ficción, no son un personaje: Trump es el personaje.

Surgen voces que consideran un imposible levantar miles de kilómetros de vallas, alambradas o muros. Para llevarles la contraria, no hay más que ver la Gran Muralla china, una de las obras del ser humano que es observable a simple vista desde el espacio. Pero es que Trump no es el primero en pensar en muros. En la actualidad, de los casi 3.200 kilómetros de frontera que comparten México y Estados Unidos, en unos 1.100 kilómetros existen barreras físicas. Muros de hormigón, vallas alambradas, rejas y planchas metálicas excedentes del ejército separan hoy ambos países gracias al presidente demócrata Bill Clinton, que ordenó su construcción en los años noventa, sin escándalo alguno y ante el silencio y el desinterés de los medios de comunicación. Tal vez no sea la obra, sino el polémico carácter del obrero, el que despierta tanta indignación. Trump manifiesta un feroz rechazo a los inmigrantes, pero Barack Obama (el premio nobel de la paz que mantuvo abierta la prisión de Guantánamo, donde se retiene a personas secuestradas en otros países) ha sido el presidente que más indocumentados ha expulsado durante sus casi ocho años de gobierno, con más de 2,6 millones de emigrantes deportados.

Europa se escandaliza como una vieja hipócrita que carece de la moral que les exige a los demás. Nosotros hemos levantado en Ceuta y Melilla una valla de acero y hormigón, completada con alambre de espino con púas cortantes, para separar nuestro paraíso del bienestar de la pobreza subsahariana. La Unión Europea ha fabricado Schengen, un espacio protegido para controlar, detectar y expulsar a los inmigrantes irregulares. Y hace no demasiado, con las nuevas oleadas de refugiados que huían de Siria, territorios europeos desplegaron ejércitos y alambradas para cortar el mayor éxodo humano desde la Segunda Guerra Mundial.

Mientras nuestros populismos se revuelcan, moralmente compungidos y amnésicos, el nuevo presidente norteamericano empieza a mostrar su verdadero rostro. Destinará en su primer año un aumento "histórico" 54.000 millones de dólares al presupuesto de Defensa. "Tenemos que volver a ganar guerras otra vez", ha dicho Trump. ¿Guerras contra quién? Da igual.

El problema de Trump no es el muro. Ojalá lo levante y se quede dentro. El problema es que el mundo está sentado sobre un barril de pólvora. Y que la mayor potencia del planeta está en manos de un insensato que parece capaz de hacer lo que es capaz de decir.