Vivir. El problema de morir es que usted no sabe cuándo va a ocurrir. Si supiera la fecha podría administrar el tiempo y el dinero disponibles para un aprovechamiento óptimo: mantener bienestar, buscar la felicidad y tratar de no dejar nada pendiente. Pero no lo sabe. Y tampoco querría, créame, saberlo; sería un sinvivir en sí mismo. Tal incertidumbre, el futuro, la esperanza, nos sostienen.

Certeza. Usted no conoce el momento ni el estado en que llegará a sus últimos años; yo tampoco. Por encima de los 85 tendrá -tendremos- una probabilidad del 50% de padecer una demencia, no porque lo lea usted aquí, sino porque así lo indica la estadística.

No hay escapatoria, y si no es a usted, le tocará a su pareja, que es soltero, a su amigo. Y no es una cuestión menor porque no se dará cuenta de que esos despistes son el principio de algo más grave que le impedirán a medio plazo vivir con autonomía; luchará para negarlo, hasta que llega el día. Terrible sí, pero no exagero. En el último episodio de la serie usted será dependiente; yo también.

Sorteo. Podrá obviar la evidencia y jugársela. Quien piensa que mañana le caerá un rayo o que será atropellado por un camión se quita un tremendo peso de encima; quien esté convencido de que pertenece al otro 50% vivirá aliviado, y quien afirme que cuando llegue al río cruzará ese puente no entiende lo delicado del fenómeno: no te enteras hasta que es demasiado tarde. Puede que a usted le dé igual, qué más da; que ocurra lo que tenga que ocurrir, que se cumpla la divina providencia y que, llegado el momento, Dios proveerá; y no es mal plan si usted ha cultivado un círculo familiar que sea capaz y esté en disposición de hacerse cargo. A mí no me da igual; no quiero trasladar un problema mío a mi familia por mucho que me quieran y yo sepa a ciencia cierta que tal sacrifico lo harán sin titubeos; no, yo los quiero más. También puede que usted sea de los que no tiene familia. O de los que no se fía. O de los que se resigna a ponerse en manos de la Administración pública competente.

Trance. Lo suyo sería que usted pudiera planificar los últimos años de su vida -y yo de la mía-, dejar escrito cómo quiere ser atendido en el caso de que sobrevenga la dependencia y no estuviera ya en situación de tomar decisiones. Dónde, en qué condiciones y cómo debe ser administrado su patrimonio -propiedades y ahorros- para que su vejez no resulte una carga para nadie, sin comprometer bienestar ni dignidad. La cosa tiene tela. Imagínese a sí mismo, en plenas facultades, en el trance de elegir la residencia donde le gustaría ser atendido. Nada fácil.

La idea. Que la sociedad civil se movilice para dar respuesta a esta realidad. Que quienes dispongan de recurso económico puedan destinarlo con garantías a sufragar una digna calidad de vida. Que los recursos excedentes se utilicen para que otras personas puedan optar también a unas condiciones igualmente dignas. Enorme misión. Y para ello crearemos el instrumento legal que permita tutelar a quienes en su vejez no tengan soporte familiar y también para atender a los que elijan liberar a sus seres queridos de las obligaciones meramente asistenciales; construiremos y explotaremos residencias con altos estándares de calidad, sin renunciar a vivir, donde usted iría encantado si le dieran la opción. Le invito a participar en el proyecto, a que aporte sugerencias, a que comparta esta inquietud, que la haga suya.

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