No cabe la menor duda de que hay mucho intelectualoide instalado en la "todología" (lo que quiere decir que saben de todo) que se ha deslumbrado por el resplandor de una nueva estrella que ha iluminado, dicen, con su exquisita oratoria el recinto del parlamentarismo español.

Hay que tener pocas luces para manifestar con énfasis inusitado que la portavoz de Podemos ha impresionado por su dialéctica acertada, por su prosopopeya espontánea y por sus conocimientos sobre la materia que trataba. Hay que pensar que todos aquellos que están encantados por su oratoria espléndida se encuentran en un mundo por donde circulan las sombras, y si hay un atisbo de un rayo de sol, se quedan encandilados y asombrados.

Los que deslumbran en los parlamentos son los que hablan sin papeles, porque el parlamentarismo es eso. Disertar con papeles y estar más de dos horas suministrando datos e improperios y haciendo un discurso circular con una tonga de folios delante es la antítesis del parlamentarismo.

Habría que saber lo que estos opinadores encantados con la fulgurante estrella parlamentaria dirían de la talla intelectual de oradores como Azaña, Indalecio Prieto u Ortega y Gasset, y de otras parlamentarias como Victoria Kent, Margarita Nelken o Clara Campoamor, donde solo contaban con un micrófono a veces malsonante y sí mucha inteligencia, buena voz y unos conocimientos políticos y sociales adaptados a las circunstancias del momento que vivían, y que debatían con la profundidad suficiente y capacidad consolidada..., sin papeles.

Hablar en un Parlamento desde una tribuna atiborrada de papeles es de lo más nefasto que pudiera darse, a la vez que es la negación del parlamentarismo, aunque se ponga cara de enfado y el énfasis llegue apoyado en la lectura que guía desde el principio hasta el final la perorata discursiva.

No hay, sin embargo, que menoscabar el trabajo que se pudiera desarrollar en los despachos y en las asesorías debidas, tomando notas para construir con argumentos determinantes un discurso, pero hay que acercarse a la tribuna con un esquema mental que diga de la talla del orador. Pero, también hay que decirlo, es un mal endémico de todos aquellos que componen el Parlamento español, sin excepciones a los que, si se les caen los papeles, se quedan poco más o menos que mudos o saliéndose por la tangente.

Considero que es difícil hacerlo en esas circunstancias y que no está a la altura de cualquiera . De ahí que asombrémonos de lo que es capaz de producir asombro, pero hacerlo ante las debilidades de muchos parlamentarios como la que nos ocupa suena a simplonería y a adulamiento.

Por eso se hacen necesarias críticas no acompañadas de visceralismo, y si se encumbra a alguien, tengamos mejor disposición intelectual y hasta histórica para hacerlo.