Pasó siempre y pasa ahora: alguien detecta lo que quiere escuchar la gente y lo dice encantado. Y luego pasa por caja a recoger o bien el dinero (por su conferencia, por su libro, por su artículo) igualmente encantado de haber dicho lo que otros quieren escuchar o bien de haber escrito lo que el público está encantado de escuchar.

Ha pasado siempre. En la antigüedad, es decir, hace nada, a estos charlistas de lo obvio se les llamaba demagogos, encantadores de serpientes o charlatanes. Hogaño son filósofos o escritores de masas, conferenciantes muy reputados, que van por las plazas o por los centros culturales como si fueran héroes de la liviandad aceptada como verdad revelada.

Y tienen un enorme éxito como encantadores de masas. Una de las razones para que aparezcan en los medios es, precisamente, su éxito de público. Juvenil, veterano, da igual. Gente que se desplaza en masa a escuchar lugares comunes muy bien puestos, contra los gobiernos, contra el sistema, a favor de la libertad, esa palabra, o en contra de los que se oponen a la libertad, aunque la identidad de ésta se guarde en el forro de los argumentos.

Son fabricantes de tópicos muy bien puestos, juntados en los mercados de la izquierda y también de la derecha; están también en los periódicos, en las tertulias de la televisión, en programas de radio... Tienen tanto éxito que cobran después por lo mismo en encuentros de las universidades de verano, en espectáculos locales o nacionales organizados para que digan lo mismo que ya han dicho, y poco después escriben libros, firman ante colas multitudinarias en las ferias. Y luego sigue la rueda, encantando a todo bicho viviente como encantaba a quienes lo escuchaban el Mr Chance de "Bienvenido míster Chance".

Míster Chance era un jardinero que trabajaba en la casa de un potentado, cuyo jardín extraordinario fue la fuente de inspiración para este hombre ignorante cuyo otro medio de conocimiento fue la televisión. De ambos saberes obtuvo todo lo que supo hasta que murió el potentado y tuvo que dejar la inspiración del extraordinario jardín. Entonces tuvo que salir a la calle, vagar por las grandes avenidas de Estados Unidos; y fue tal su fama que la gente lo paraba para escuchar sus impresionantes metáforas. Del tipo: "Si llueve es porque esto antes estuvo seco". O: "No por mucho madrugar amanece más temprano". Todo lo que se le ocurría despertaba pasiones, admiración sin límites; y todo le venía de lo que le había enseñado el dichoso jardín. Diciendo esas bobadas terminó ascendiendo al puesto más importante de los que pudo tocar: asesor principal del presidente de los Estados Unidos de América.

Míster Chance no existió, naturalmente, pero ahora está en todas partes y recientemente visitó Madrid con el nombre de Zizek, un filósofo, que también dice lugares comunes así. Por ejemplo: "Trump me produce nostalgia de Bush". O: "El capitalismo tiene los días contados". Ante esas ocurrencias de tertuliano, cientos de miles de personas (en Madrid eran mil, más o menos, pero eso es muchísimo) abren la boca como si exclamaran: "Ah, nunca se nos hubiera ocurrido".

Mientras que Míster Chance era el personaje de una novela (y luego de una película, muy bien protagonizada por Peter Sellers) de Jerzy Kosinsky, Míster Zizek es un filósofo muy reputado en todo el mundo porque dice lo que los otros quieren escuchar, como en otro tiempo dijeron lo que otros quieren escuchar, aquí, en toda Europa y en el mundo entero, demagogos de chicle que encantan al público diciendo los lugares comunes que, con desenfado, ponían de manifiesto gente como George Orwell, Jorge de Ibargüengoitia o Rafael Sánchez Ferlosio. Son planta que en seguida prospera, porque estamos deseando que nos halaguen el oído con lo que ya sabemos, y porque nos han acostumbrado a canciones que ya nos sabemos. Son la canción del verano de la filosofía y a mi al menos me tienen harto con tanta razón como exhalan.

Prefiero a Míster Chance. Por lo menos sus bobadas sonaban a frutos del bosque.