Me caía bien Antonio Cubillo. Desde una emisora que escuchábamos a duras penas, en las radios viejas, mantuvo en jaque al agonizante régimen de Francisco Franco y marcó una época, efímera, de una revolución nacionalista que él protagonizó casi en solitario.

No participé, ni participo, de ideas nacionalistas ni independentistas, respeto como es natural su legitimidad pero niego su pertinencia como salida, en esta época y antes, a las crisis de cualquier tipo que tengan las naciones, los países, las regiones o las ciudades. Esta es una historia que causa mucha controversia, pero entonces, en los años 70 del siglo pasado, no era un asunto que se tuviera muy en cuenta; estábamos todos contra Franco, y esa era nuestra ideología.

La Marcha Verde de Marruecos, el desastre del Sahara y la agonía del dictador dieron paso al verbo brioso, y algo barroco, de Antonio Cubillo, que despertó conversaciones que antes no teníamos. Me recuerdo escuchando, con amigos que no eran ni nacionalistas ni independentistas, ni siquiera comunistas, lo que decía el abogado en el exilio con la unción con que en otro tiempo escuchábamos la Pirenaica. Luego ocurrieron, ya en democracia, algunos incidentes; cuando aún la dictadura tenía la dentadura postiza, pero seguía mordiendo, la seguridad del Estado español alentó un atentado que dejó muy malherido a Cubillo, que ya para siempre tuvo que andar con muletas, y un incidente desgraciado en Los Rodeos, causado en un avión desviado, se decía entonces, por un aviso que tenía origen en algún desaprensivo, hizo que se acallara aquella voz.

De Cubillo me hablaban muchos amigos comunes, de su generación, mayores que yo, y eso me ayudó a tener de él una imagen no sólo simpática sino risueña y alegre, y hasta carnavalera. No está de moda, ya lo sé, tener simpatía por aquellas personas con las que no se está de acuerdo, pero yo no estaba de acuerdo con Cubillo y por otra parte me parecía una simpatiquísima persona. Sus buenos amigos isleños, buenos amigos míos, tuvieron la hermosa responsabilidad de esa bendita paradoja.

Lógicamente, en aquel tiempo, postrimerías de Franco, no podíamos decir nada de Cubillo; y no lo decíamos ni a favor ni en contra, según mis recuerdos. La dictadura era algo muy serio; como dice el diccionario que está al alcance de todos, la dictadura es un régimen arbitrario que legisla a su antojo, no tiene oposición y te persigue hasta por el color del pelo. Y esa ley dictatorial se aplicaba en los periódicos y en la vida en general con la mano más dura que se pueda imaginar.

Ahora observo, en las manifestaciones que se producen en Barcelona y en otras ciudades españolas, que se dice que España es una dictadura. Bueno. Se sabe que no lo es. De hecho, si lo fuera nadie podría decirlo, o por lo menos decirlo en las manifestaciones, delante de los policías, de los guardias civiles o de los mossos. No se podía decir nada en la dictadura porque aquello iba en serio; decir que esto que vivimos es una dictadura es mentira, pero como ahora mentira y verdad se confunden para que la gente viva engañada, pues se canta o se dice que es una dictadura y vete tú a desmentir un tópico en estos tiempos. De hecho, a mi me negaron el pasaporte en aquellos tiempos previos a la muerte de Franco (y a las emisiones de Cubillo) por poner la palabra hambre en una crónica sobre Santa Cruz en EL DÍA. Si prohibían hambre cómo no van a prohibir Cubillo.

Cubillo luego volvió a su tierra, a la que evidentemente añoraba; y ya en tiempos de paz (muerta la dictadura, recuérdese) tomó la pluma para defender sus ideas en largos artículos sobre el futuro y sobre nuestros orígenes que publicaba en EL DÍA y que yo al menos seguí leyendo como si lo estuviera escuchando hablar, con aquella ironía y aquel conocimiento, de gentes, de lugares, que exhibía en sus aceleradas comparecencias radiofónicas.

Algo importante hizo Cubillo en aquel tiempo, que visto de hoy aplaudo y comparto. El líder independentista que hizo su revolución en la radio, desde Argel, desmontó el silencio canario sobre África. Nosotros somos, evidentemente, africanos, pertenecemos a esa zona de influencia; y nuestros ancestros vinieron del norte de África. En la excelente exposición organizada por Andrés Sánchez Robayna, Fernando Castro Borrego y Alejandro Krawietz en el TEA se explora la relación también con esa cultura, con sus símbolos y con sus expresiones. Y hay una imagen estupenda (tomada por el psiquiatra Alberto Portera) en la que se ve a Manolo Millares envolviéndose como una momia guanche.

El presidente del Cabildo, Carlos Alonso, presentó este lunes en Madrid un gran simposio que habrá en Tenerife en diciembre sobre las momias que en el mundo fueron. Y ahí hubo ocasión de evocar esa imagen que protagoniza Millares, uno de los más modernos de nuestros artistas del siglo XX que, como sus amigos Manuel Padorno y Martín Chirino, disputaron su cosmopolitismo con la constancia lírica de su pertenencia al mundo africano.

Durante muchos años, los años de la dictadura, sobre todo, en Canarias no se decía que éramos africanos, estaba prohibido, como prohibieron hambre y Cubillo. Esa ha sido una falla mayor de nuestra cultura, una explicación grosera de esa tendencia al racismo que tenemos los blancos hasta con las palabras. Y la palabra África era como la palabra negro, o gitano. Que Cubillo nos pusiera a mirar a África es un mérito suyo que yo aprecié siempre, junto con el aprecio que mantengo por su indudable simpatía.