Se veía venir, estaba cantado que tarde o temprano nuestro Cabildo tomara cartas en el asunto de la indiscriminada subida al techo de la Isla. Una subida de la que me confieso visitante habitual, por cuanto uno se siente embrujado por el imponente paisaje de la atalaya de toda Canarias, sobre el interminable manto azul extendido hasta donde la vista se siente impotente para abarcarlo. Para mí, que he recorrido los senderos de las Siete Cañadas, y cuento en mi haber familiar con la ascendencia del filántropo esposo de María del Carmen Monteverde y Lugo, experto fotógrafo que paseó sus cámaras y utillajes por toda la geografía de Las Cañadas y aún de la vecina La Palma, la sabia decisión de la corporación que preside la Isla no es sino el resultado de la alarmante afluencia de vehículos privados o de alquiler, amén de las enormes guaguas o microbuses que transitan a diario por sus angostas carreteras, salvo el tramo recto que conduce al Parador Nacional y a la zona de los roques de García, sobre el mirador del Llano de Ucanca.

He citado al esposo de mi ascendiente familiar porque su altruismo, emanado de su educación victoriana, le permitió realizar con su propio peculio el aprovechamiento del abrevadero de la Cañada de la Grieta para las caballerías, y la utilización de una fuente cercana para saciar la sed de los excursionistas. Obras que culminarían dos años más tarde con la adecuación de los caminos de acceso al Teide y el remate final de la construcción del primer refugio de Altavista, encargado al contratista Nicolás Álvarez a comienzos de 1890. Una edificación de piedra en sustitución de la antigua de madera, amueblada de forma sencilla y dotada de una estufa calefactora de cocina. En cuanto a la distribución, constaba de tres habitaciones, repartidas indistintamente para las damas, los caballeros y los guías, contando además de cuadra para las mulas y ponis, alquilándose dos mulas y un poni por 16 dólares (80 pesetas) para la escalada. El éxito fue tan notable que dos años después, debido al flujo de excursionistas, se tuvo que señalizar los senderos y habilitar asientos en lugares de parada, como la estancia de los ingleses o de los alemanes, aún señalizadas.

Fueron, pues, estas instalaciones las que cubrieron la demanda científica y turística durante muchos años, destacando el astrónomo escocés Piazzi Smyth o la conocida Olivia Stone. Sea como fuere, George Graham cedió finalmente la instalación del refugio al Ayuntamiento de La Orotava el 30 de mayo de 1926, dejando en su testamento la voluntad de la creación de un patronato de conservación, presidido por el alcalde de la Villa y tres vecinos varones de mayoría de edad. Actualmente, como todos sabemos, la explotación y mantenimiento del nuevo refugio actual está en manos de nuestro Cabildo Insular, del mismo modo que el resto de las instalaciones, menos el teleférico, que contiene el parque de Las Cañadas del Teide, Patrimonio de la Humanidad.

Después de estas breves pinceladas históricas del acontecer de nuestro hermoso paraje volcánico, expreso mi inevitable recelo por el comportamiento de algunas empresas que se lucran a diario de esta fuente de ingresos, y si digo esto señalo también a otros itinerarios conflictivos, como el acceso a Masca o a la Punta de Teno -este último resuelto por el Cabildo con carácter provisional- y los itinerarios por los caseríos de Anaga hasta los más intrincados valles donde subsisten pequeños núcleos de población. Porque si hay algo a lo que le tengo pánico es a un "guiri" conduciendo un coche de alquiler, después de haber mojado el pico con cerveza o con los vinos de la zona. Den por seguro que muchos de estos conductores confunden una carretera de montaña con una autopista europea, aparte de su querencia a circular por la izquierda, con lo cual el inevitable choque estará servido.

Concluyo expresando que, pese a la polémica que traerá consigo esta decisión del Patronato Insular, no veo otra solución más acertada que sirva para reparar el impacto masivo contra la conservación de nuestro territorio. Recurso, no lo olvidemos, del que se nutren la economía pública y privada de la isla, y está en nuestras manos custodiar su fiabilidad y su vigencia. Ya está bien, por citar un ejemplo, de buscar la propina del visitante metiéndole una bolsa de rocas volcánicas en su mochila, pese a la prohibición existente. Positiva medida de contención de este libertinaje si queremos que siga existiendo nuestra industria turística.

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