La política en Canarias es como una gran extensión de arenas movedizas, una trampa mortal que se traga todo lo que intenta atravesarlo. Igual que le ocurría al rey Midas, pero en plan cutre, todo lo que toca se convierte en una gigantesca mierda.

La televisión pública de estas islas va camino de la tumba. El presidente Jerónimo Saavedra aprobó una ley socialista para una televisión pública que años después puso en marcha Manuel Hermoso, con muy pocos recursos económicos. Lo hizo, por cierto, contra el PP de Madrid, que se opuso con todas sus fuerzas a que naciera. Ese proyecto va a terminar asfixiado por la incompetencia de una política contemporánea que es buena para nada.

Sobre la tele canaria pueden hacerse muchas críticas. ¿De verdad pagamos impuestos para que nos den películas del Oeste? Una televisión pública debería tener contenido público. Y desde luego, gestionar sus propios informativos. Y en unas islas como las nuestras, tendría que funcionar colaborando con las televisiones locales y comprometida con las actividades culturales y deportivas minoritarias. Porque más importante que la audiencia es el contenido. No se puede hacer una televisión pública cuya parrilla de programación es indistinguible de una privada.

El modelo de la televisión canaria necesita una profunda reforma desde hace tiempo. Veinte años después de empezar sus emisiones, la tele canaria no tiene platós propios ni medios técnicos, y el personal que presta el servicio público sigue dependiendo de empresas privadas. Mangoneada por los sucesivos gobiernos pasó de Guatemala a Guatepeor: el Parlamento se comprometió a garantizar su neutralidad, pero lo único que parece garantizado es su finiquito. Si esto sigue así, la pantalla de la tele canaria se apagará quién sabe si definitivamente y los trabajadores que hoy la hacen se irán a tomar por saco sin que a nadie le importe una higa.

El Parlamento de Canarias elaboró una ley francamente mala que no sirve para la gestión del canal autonómico. Y nombró un consejo con maldición gitana, ingobernable e inoperante: una caja de grillos. Con un nuevo concurso de privatización sobre la mesa, por la interesante cifra de 144 millones, los tiburones han sacado las aletas fuera del agua. Es un gran negocio y algunos políticos parecen abonados a jugar un papel de estómagos agradecidos, intentado quedar bien con los poderosos escualos que están dando vueltas en torno a tanta pasta.

Los mismos progres que denuncian la privatización de la Sanidad y la Educación se han puesto diligentemente al servicio de los intereses empresariales de quienes, como es lógico, quieren hacerse con el contrato y el dinero. El Parlamento, por lo tanto, ya no está ni ocupado ni preocupado por que la televisión canaria funcione, sino por lo suyo: hacerse la puñeta los unos a los otros en una lucha improductiva. O hay televisión pública de una puñetera vez o hay concurso. Pero sería una enorme vergüenza que un proyecto de casi dos décadas venga a morir a la orilla de esa charca de cocodrilos.