En Tenerife tenemos algunos grandes homenajes a la "disfunción" pública. Obras mastodónticas de cientos de millones de euros que duermen el sueño de los justos porque fueron pifias monumentales que nunca se reconocieron. En Santa Cruz se levanta orgulloso el muro de contención de una de las presas más inútiles del planeta, la de Los Campitos, que no ha visto en su vida una pipa de agua. Y más abajo, en el mar, tenemos la dársena de Los Llanos, un monumento a la futilidad portuaria que nos comió el último pedazo de fachada urbana al mar para convertirse en atraque de barquitos de tráfico interior. Y eso después de hacer mil virguerías para evitar el oleaje interno.

Con el tema de las grandes obras públicas esta isla ha estado gafada. La playa de Las Teresitas sigue siendo un erial porque cien vocingleros gritaron que la playa era del pueblo y no se permitió construir en las laderas. El asunto acabó judicializado y escandalizado. Es la única playa urbana del país que no tiene edificaciones. La playa de Valleseco sigue esperando año tras año por un proyecto que nadie financia. Y en general, la relación con el mar de los chicharreros está marcada por un paisaje de grúas, hormigón y contenedores.

El puerto de Granadilla, situado en un polígono industrial, atravesó mil calvarios. Desde los sebadales hasta la aparición de escarabajos autóctonos que fueron poniendo palos en las ruedas a su desarrollo. Los mismos palos que sufrió el transporte de energía eléctrica al Sur, que acabó en unas horrorosas torres en tecnicolor que adornan la autopista del Sur. El cierre de un anillo insular de carreteras, que conecte el Norte con el Sur de la Isla, no ha podido tener más contratiempos, retrasos y polémicas. Y mientras, la gente desahoga sus cabreos en las colas de las autopistas, que es la manera más inútil de cabrearse.

Son tantas cosas que uno podría pensar que padecemos una especie de maldición. Lo que ocurre es que las maldiciones no existen. Seguramente tiene que ver mucho más con la disposición y la actitud de una sociedad poco reivindicativa. Una sociedad absorta, incapaz de reinvidicar sus derechos con la exigencia suficiente. La voz del empresariado local hace años que es un susurro. Y la sociedad civil es un reino de pequeños taifas inanes en la que cada uno hace la guerra por su cuenta. Así pasa que hay grandes viarios como la famosa vía de cornisa que jamás han tenido otra vida que los planos y que el valle de Güímar disfruta de unos enormes agujeros que estarán ahí por los siglos de los siglos.

Cualquier proyecto de cierta relevancia que surge en esta isla sufre un empuje en dirección contraria a su desarrollo directamente proporcional a su relevancia. Da igual que sea público o privado. Inexorablemente surgen fuerzas que intentan impedirlo con todas sus fuerzas para salvar la garrapata endémica o el perenquén de Arico. Y entre unas cosas y las otras, entre los pufos y los atrasos, Tenerife vive atascada.