Nacida en Madrid en 1944 y licenciada en Derecho por la Universidad de Valencia, la actual alcaldesa de la capital, Manuela Carmena Castrillo, es juez emérita y una jurista de prestigio, además de defensora de los derechos de la clase trabajadora. Es una mujer luchadora que no nació con el pan debajo del brazo pero sí con el carné del Partido Comunista de España, que se casó con un arquitecto y que tiene dos hijos. Aunque parece algo despistada, creo que destaca más por su temple y serenidad. Ejerció como juez en Santa Cruz de la Palma y su biografía está llena de dedicación y varias condecoraciones importantes. Abandonó el organismo marxista para consagrarse de lleno a la profesión que eligió, y se convirtió en alcaldesa, gracias a las maniobras políticas que permite la democracia, pues quien ganó las elecciones fue Esperanza Aguirre, y ella consiguió su despacho por el voto del desinflado Antonio Miguel Carmona, del PSOE. Desde entonces ejerce su trabajo con las luces y sombras que ese cargo impone, pues ser alcalde de Madrid es tan significativo como el de ministro.

Desde luego no voy a enmendarle la plana, pues no soy quien para juzgarla (para eso está la ciudadanía, que tendrá que votar en las próximas elecciones), pero sí me gustaría hacer hincapié en algunas de sus decisiones contradictorias.

Me interesaría mucho saber si fue bautizada, hizo la primera comunión o se casó por la Iglesia, pues hay muchas personas con ideología de izquierda que es católica, por ejemplo, el procesado republicano Oriol Junqueras, que dice que pasa la mayor parte del día en su celda rezando porque se considera un buen cristiano. Recuerdo al bueno del viejo profesor Tierno Galván, muy de izquierda, que iba a misa con su esposa los sábados en Madrid. Así que esto de las creencias no tiene que ver con la ideología política y sí con la fe de cada cual, aunque proclamar sentirse cristiano, asistir a la misa dominical y cumplir con los sacramentos parecen hechos de otra época y a algunos les salen sarpullidos por confesarlo porque temen que los señalen.

A lo que iba, si la señora Carmena se cristianizó, no entiendo lo de prohibir los belenes, los adornos clásicos, los pasos de Semana Santa, y menos aludiendo que es para no ofender a otras religiones. España podrá ser un país aconfesional, pero su calendario laboral y su vida transcurre en torno a las celebraciones católicas y fiestas patronales. Es una contradicción cuando son otras confesiones radicales las que acosan, persiguen y matan a católicos en otras partes del mundo, pero sobre todo me da tristeza que a niños o abuelos se les prive del encanto, la confraternidad y la dulzura de la Navidad, días muy importantes para los cristianos. Estas descabelladas decisiones solo pueden provenir de almas amargadas apoyadas por gente sin conocimientos que no tienen el menor respeto por la religión ni por lo que ella representa.

Ya sé que la Navidad puede ser agridulce en algunos aspectos, sobre todo cuando faltan seres queridos en fechas tan señaladas, pero eso no debe ser un obstáculo para disfrutar de la fraternidad o que nuestros niños sean el baluarte de nuestras creencias, pues están hechas para hacerles mantener la ilusión. Reconozco el exceso, el derroche, el gasto a veces innecesario, pero, buscándole siempre el lado positivo, me quedo con el movimiento económico, que redunda en el beneficio general, en más inversión y más trabajo. Así que lo más importante es no perder el norte y que recordar el verdadero significado de las fiestas: la celebración del nacimiento de nuestro salvador.

La señora Carmena está en una posición en la que siempre será criticada. La decisión de que los peatones vayan por una sola dirección en la calle Preciados no es nueva, pues aquí en Santa Cruz se intentó hace años, cuando un alcalde obligó a bajar la calle del Castillo siempre por la derecha. En la esquina con la calle Norte se posicionaba un guardia en un pedestal y el propietario del Bazar Colón, Cecilio Marrero, subía unos treinta metros por la izquierda para llevar la contraria. El guardia muy condescendiente le decía: "Por favor, don Cecilio, lleve la derecha", y él socarrón contestaba: ¡Tan temprano!

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