Se avecina el fin de año. Pienso en los propósitos de Año Nuevo y los deseos que pediré mientras engullo, por supuesto intentando no atragantarme, las doce uvas.

Un pensamiento me invade: este año no pediré deseos. Me tomaré una uva por cada una de ellas. Una por Jessica Bravo Cutillas (27 años), por María del Pilar Rodríguez Ortellado (38 años), María Sánchez Coca (66 años), Ana Belén Jiménez Hurtado (44 años), también por Noelia Noemí Godoy Benítez (32 años), Rosa María Sánchez Pagán (20 años), Matilde de Castro (44 años), por Blanca Esther Marqués (48 años), Toñi García Abad (33 años), María de los Ángeles (77 años), Virginia Ferradás (55 años) y la más reciente, Andrea Carballo (20 años).

Con todo el dolor de mi alma debo decir que me faltan uvas; he contado solo doce mujeres asesinadas en España. En total, a 26 de diciembre de 2017, son 95 las víctimas que se ha cobrado el terrorismo machista en este país. La gota que ha colmado el vaso, uno que ya se derrama desde hace años con nuestra sangre, es el asesinato de Andrea. Una joven de mi edad, natural de Castellón. Ella, tras denunciar por maltrato a su novio y tener en su poder una orden de alejamiento, fue asesinada el día de su cumpleaños, el 22 de diciembre, por él.

Mi propósito de este año no puedo cumplirlo sola. Además es un mensaje para la justicia, para las instituciones. No es la primera vez que ocurre y no será la última. Asesinan a mujeres y a sus hijos. Ahora, mientras escribo esto habrá una chica siendo violada en cualquier portal por una manada o una mujer paralizada de miedo tras oír la llave abriendo la puerta de su casa.

No quiero más carteles de "No es no" o debates en cadenas de televisión sobre si se pudieron evitar estas masacres, si son necesarias, pero esto ya no es castaño, es rojo oscuro. Lo que necesito es que los partidos políticos se olviden de sus colores, y se centren en el último que he mencionado, que luchen por exterminar esta lacra. Es necesario un endurecimiento de las penas de cárcel, una ley que cumpla y ampare los derechos de las madres y sus hijos, una ley que proteja a los huérfanos por violencia de género. Un sistema que se aplique y que se cumpla, que una orden de alejamiento no quede en papel mojado y una denuncia sea suficiente para investigar y tomar medidas de precaución, no de palabras.

Que los colegios y las familias eduquen a sus hijos en la igualdad. Por favor, que se acaben ya los "no te vistas así que pareces una puta", "¿a baile?, pero si eso es de niñas", "¿cuántas novias tienes?", "con esa ropa pareces un chico, menuda marimacho".

Estoy harta. Estoy cansada de las discusiones absurdas que se propagan en redes sociales en contra del movimiento feminista y de la gente que se preocupa más por echar abajo lo que hacen, discutiendo si se debería llamar así o no, en lugar de crear un frente unido.

Me llena de impotencia abrir el periódico por la mañana y encontrarme con un feminicidio y ver cómo la gente ya no se sorprende. Me resiento cada vez que los medios de comunicación no hablan con el rigor necesario sobre ellos. ¡Despertemos!

Que sí, damas y caballeros, la vida ha cambiado y nosotros con ella, pero seguimos atados a unas raíces que, gusten o no, apestan a charanga, pandereta y a desigualdad.

No sé si el día 31 de diciembre podré con las 95 uvas, una por cada una de las asesinadas, porque no han muerto en vano mientras nos acordemos de ellas, ni de sus hijos o sus familias. No se habrán ido, por mucho que a los miserables que les han levantado la mano y acabado con sus vidas les gustaría, porque su ida me atormenta, me lastima y me enfada. Me lleva a alzar con más fuerza el hacha en la mano vengadora, de la España de la rabia y de la idea del que hablaba Antonio Machado en "Mañana efímero".

Somos muchas, somos más de la mitad de la población mundial, pero esto es una lucha colectiva; juntos, mujeres y hombres, debemos poner un punto y final. Si seguimos hablando de colores, que por cierto no tienen género, brindo por un 2018 lo más violeta posible.