El Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna se dispone a modificar los nombres de varias calles de su centro histórico en cumplimiento de la Ley 52/2007 de 26 de diciembre (conocida como Ley de Memoria Histórica), por acuerdo de la comisión plenaria de Presidencia y Planificación de 4 de julio de 2016. Por este motivo, desde hace unos días la avenida de Calvo Sotelo ha pasado a llamarse Leonardo Torriani.

Este merecido homenaje al ingeniero cremonés autor del primer plano de La Laguna hacia 1588, que en definitiva es un reconociento a la propia historia de la ciudad, nos enfrenta, sin embargo, a una paradoja: está previsto que las calles Capitán Brotóns y Santiago Cuadrado pierdan sus nombres (adjudicados ambos en julio de 1937, a punto de cumplirse el primer aniversario del golpe de Estado) y tomen a partir de ahora unos nuevos, desaprovechándose así la oportunidad de recuperar sus denominaciones centenarias en una ciudad que se precia de valorar y proteger su patrimonio.

En efecto, la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias (1999) en su artículo 72, 2, i) incluye entre los elementos que integran el patrimonio etnográfico "la toponimia y callejero tradicional". Esta consideración se mantiene en el anteproyecto de Ley de Patrimonio Cultural de Canarias (versión de 31 de julio de 2017), pues en su artículo 94 g) contempla entre los elementos que ostentan valores etnográficos a efectos de su inclusión en los instrumentos de protección previstos en esta ley "la toponimia, el callejero tradicional y las marcas". Esta consideración coincide con la que otorga a la toponimia la Organización de las Naciones Unidas, que en su Novena Conferencia sobre la normalización de los nombres geográficos estimó que "los topónimos forman parte del patrimonio cultural inmaterial" (resolución IX/4).

Evidentemente, hay varias formas de proteger este patrimonio intangible y tan rico. Una de ellas, incorporar en las placas de identificación algunos de los nombres históricos, como con buen criterio se hizo en el centro de La Laguna a finales de los años noventa del siglo pasado. Pero si valoramos las modificaciones del callejero realizadas durante la Guerra Civil y la dictadura franquista en términos éticos, como de hecho se hace en la Ley de Memoria Histórica, lo apropiado sería restituir a las calles y las plazas los nombres que hasta entonces tenían. Hay precedentes: la calle del General Franco recuperó su viejo nombre de los Herradores y la plaza de Fray Albino ha vuelto a nombrarse de los Remedios.

La calle Capitán Brotóns es, en realidad, un tramo de la que hasta finales del siglo XIX se nombraba de las Piteras y que recibió también otros nombres: de los Toneleros, de los Cajeros y de Moya. La calle Santiago Cuadrado se llamó hasta 1937 de Briones, pues en ella estaban las casas de la familia de este apellido, presente en La Laguna desde que en la primera mitad del siglo XVII se estableció aquí el capitán Carlos de Briones Samaniego, natural de Madrid. En estos dos casos se han anunciado ya los nuevos nombres escogidos (Alonso Suárez Melián y Pintor Cristino de Vera, respectivamente) y quizá sea tarde para devolverles sus viejos títulos. Pero respecto a otra de las calles cuya denominación actual ha de ser modificada, la de Ernesto Ascanio León-Huerta, se está a tiempo de valorar la conveniencia de restituir su hermoso nombre histórico: calle de la Palma. Se llamó así porque ya a finales del siglo XVII había en ella una palmera, una palma. Cuando en 1674 Benito Hernández Perera dotó la fiesta de santa Teresa en el monasterio de Santa Clara dispuso que se celebrase una procesión "saliendo por una puerta de la dicha yglesia y iendo a el derredor de la palma que está en la calle de dicha yglesia". Esta calle, por cierto, no aparece como tal en el plano de Torriani, pues cuando él la "retrató" era solo una plazuela. Más adelante, las monjas adquirieron unas casas colindantes para, tras demolerlas, poder abrir calle hasta la calle del Agua.

Si nos detenemos a repasar los nombres tradicionales e históricos de las calles y de las plazas de la vieja ciudad comprobaremos que aproximadamente la mitad de ellos han sido modificados, pero no por ello se han perdido. Sorprende que a pesar de todo (y especialmente a pesar del tiempo) nos refiramos todavía a la calles de la Carrera, del Agua, de los Álamos, del Pino y de las Cruces; y también a las plazas de Abajo, del Tanque, de los Bolos y de los Patos, por encima de sus denominaciones oficiales. La memoria, a veces tan frágil, puede ser también tozuda e insumisa. Aunque sea en algo pequeño, tenemos ahora la oportunidad de reconciliarnos con nuestra memoria aprovechando el cumplimiento de una ley para recuperar, al menos, el nombre de la calle de la Palma. Para las de las Piteras y de Briones es, tal vez, tarde. Y todo esto debería también llevarnos a desechar la opción de aplicar nuevas denominaciones a calles que desde hace siglos tienen el suyo, como al parecer se ha planteado respecto a la calle de la Parra.

*Doctor en Historia del Arte