Los independentistas catalanes han decidido hacer cierta la afirmación marxista de que la historia siempre se repite, la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa. Porque eso y no otra cosa es el espectáculo que están dando los que se fueron al talego y los que tomaron las de Villadiego.

Una parte de los soberanistas en el Gobierno catalán, encabezados por Carles Puigdemont, decidieron poner tierra de por medio una vez fracasada la intentona de golpe al Estado desde dentro mismo del Estado. Otros eligieron permanecer en España y acabar en la cárcel como una especie de mesías en la última cena; Oriol Junqueras expresó a sus discípulos, en octubre del año pasado, en el críptico lenguaje de los elegidos, lo que iba a pasar: "Vamos a hacer cosas que serán difíciles de entender". Aún no se sabe lo que quería decir: si sería difícil de entender que algunos se quedaran para ser encarcelados o resultaría difícil de entender que Puigdemont pusiera los pies en polvorosa para poner su trasero a salvo en Bruselas.

Parecía un reparto de la carga laboral; un expresidente ausente jugando ante Europa y el mundo el papel de exiliado político y un vicepresidente que aceptaba con cristiana resignación el martirio a manos de la Justicia española. Hay gente que piensa, sin embargo, que a Junqueras le toca mucho las narices estar en el talego mientras Puigdemont se harta de mejillones en Bélgica y que la unidad del independentismo se ha empezado a quebrar. Es lo que parece cuando los reclusos empiezan a desdecirse de la vía de la independencia, cuando Forcadell se niega a seguir en la presidencia del Parlamento o cuando abandonan sus partidos (PDCat y ERC) nada menos que Artur Mas y Carles Mundó. Son muchas cargas de profundidad sobre el submarino amarillo del independentismo catalán. Aunque se hayan cuidado mucho de marcharse con emocionantes palabras de apoyo a la causa, la evidencia es que se tiran del tren en marcha. Y que Artur Mas, cercado por la Justicia y decepcionado por la estrategia fantasmal de Puigdemont, ha decidido tirar la toalla.

Los independentistas quieren, desde la Mesa del Parlamento catalán, que Carles Puigdemont sea investido a través de un plasma. Lo cual es como entrar en un delirio surrealista. Un candidato que lea su discurso y entre en debate con la oposición a través de una pantalla. Lo más de lo más. Y ante esto, la trastornada izquierda que puso a parir a Rajoy por pretender declarar a través de un plasma en el caso Gürtel guarda un silencio bochornoso. "Es una falta de respeto a la Justicia y a la Audiencia Nacional", dijeron los socialistas de aquella pretensión de Rajoy. "Es una falta de respeto a los ciudadanos, impresentable", dijo Podemos. ¿Y lo de Puigdemont qué es?

Para empezar es dudosamente legal. Vivimos en la era de los milagros digitales. ¿Quién nos garantizaría que la figura que aparecería en la televisión del Parlamento no está creada con medios digitales por unos malvados "hackers" rusos o en un estudio de la Warner? ¿Qué valor jurídico tendría una toma de posesión que no se realizara presencialmente ante la Mesa del Parlamento y los servicios jurídicos de la cámara? En el caso de Rajoy, el primer presidente "plasmático", los tribunales le obligaron a prestar declaración de forma física, como un ciudadano más de este país, aunque sentándolo de forma deferente en la sala. Ya veremos lo que dicen de Puigdemont.

El esperpento hacia el que navegan los independentistas hace pensar que esto se les ha ido de las manos. Que no puede ser producto de un plan, sino de un delirio. La chapuza de cambiar el reglamento -algo que sólo puede hacer el pleno- para que diputados fugados o en la cárcel puedan ejercer acabará naufragando en los tribunales. Sin ir más lejos, Oriol Junqueras ha solicitado permiso carcelario para acudir a la toma de posesión con el argumento de que es imprescindible su presencia en la asamblea catalana: "La persona del diputado es insustituible". El juez le ha dicho que no y que ya veremos. ¿Veremos? El artículo 83.3 del reglamento del Parlamento dice que los diputados pueden hablar desde la tribuna o desde el escaño, pero no dice nada de Bruselas o Estremera. Pero más importantes incluso que los artículos debería ser el sentido común. Ese que dice que Puigdemont no puede ejercer su condición de presidente chateando a través de una red social. Al final el presidente del plasma no va a ser Rajoy, sino el holograma de Puigdemont.

Pretender un Gobierno con un presidente ausente y la mitad de los consejeros encarcelados o fugados supone que el estado mental del soberanismo catalán ha entrado en un proceso de extrema descomposición. Ya no estamos ante un desafío, sino ante un "show" donde las ocurrencias intentan adaptar la realidad jurídica a las cambiantes necesidades de cada momento.

Desunión, envidias mutuas, recelos, zancadillas, contradicciones, chapuzas, ocurrencias... Estas son las pruebas de cargo definitivas para demostrar que los soberanistas catalanes, por mucho que lo nieguen, son españoles hasta la médula.