Totalmente de acuerdo con esta reflexión de Nuccio Ordine, profesor de la Universidad de Calabria, quien en sus libros "La inutilidad de lo útil" y "Clásicos para la vida" defiende, entre otras cuestiones, a los clásicos, porque su lectura cada vez se hace más actual para encarrilar la escuela de la vida.

Refiriéndose a Facebook y el uso que de él se hace de manera indiscriminada, concluye que este fenómeno social de "última generación" ha paralizado la vida; la vida permanece encorsetada por unas relaciones que traspasan mares y países hasta llegar a la internacionalización de la comunicación, donde paradójicamente el atrapamiento en las redes nos hace sentirnos más aislados, arrinconados hasta de nosotros mismos.

Lo útil, lo necesario para la vida y para las relaciones con los demás, resulta muchas veces inútil y hasta desproporcionado cuando existen dispositivos tecnológicos que cuando se usan "para todo" es como si nos descontextualizaran, predisponiéndonos al mutismo, a la palabra apagada, insonora; a un mundo sórdido donde siquiera llega el quejido traducido en un lamento que es un canto a una frustración latente.

Y cuando se presume, en una alarde campeonatil, que tenemos no sé cuántos amigos, con los que tenemos un trasvase de comunicación, pero que en un momento determinado te paras y piensas con el móvil en silencio en el bolsillo o con el ordenador apagado y hacemos memoria de ellos y empezamos a contarlos, resulta que de esos tres mil quinientos nada de nada, pura engañifa. Y si llegamos a tres podemos darnos con un canto en el pecho. La amistad no puede estar sometida al empalago de la cantidad, sino a la delicadeza y sencillez de la calidad.

La amistad, que es un concepto maleado por el uso, por el mal uso, debemos rescatarlo y ponerlo en su lugar adecuado, donde brille con el resplandor que lo ha hecho a lo largo de los tiempos. La amistad ha estado presente, no desde la distancia, y menos embaucada por redes donde el disimulo es el protagonista; la amistad comprometida, la real, la que se siente, está junto a nosotros no solo en los momentos de divertimento, sino en aquellos que no son tan gratificantes.

Enviar la amistad a la trastienda de los sentimientos como si fuera un fardo que no se sabe ni qué contiene no solo es un desperdicio intelectual por parte del que busca desaforadamente amigos, sino del que permanece atrapado por subterfugios y conversacionales insulsas, desperdiciando el diálogo que entre dos pueden mantener para desbrozar cuestiones que tanto preocupan tanto al uno como al otro.

Enviar la amistad a que navegue por un sinfín de redes es atraparla, desfigurarla y, lo peor, emboscarla, porque en ese escenario si existe es la excepción.