A lo largo de mi extensa vida, mi experiencia directa con la Pasión de Cristo solo ha sido en dos ciudades, Jaén y La Laguna. En la primera pasé mi juventud y desde los 18 años he vivido la segunda. Ha habido algún ramalazo en Sevilla y Santa Cruz, pero el resto siempre las he seguido en televisión, las de Málaga, Granada, Valladolid, Salamanca, Zamora o Palencia.

Este arte y sus connotaciones religiosas hay que vivirlas en directo e intensamente. Cuando tenía 15 años, junto a un grupo de amigos en Jaén, no nos perdíamos ninguna, porque todos éramos y somos creyentes. Soy católico y me considero buen cristiano, sigo mi fe y jamás he dudado, por lo que mis palabras solo pueden brotar teñidas de convencimiento.

Para mis amigos jienenses la Semana Santa de su ciudad es una de las mejores de Andalucía y España, pues está considerada como la gran desconocida. Muy pocas veces puede ser admirada a través de la pantalla chica, ya que se centran casi siempre en Sevilla y últimamente también en Málaga. Critican a sus políticos por el escaso interés que tienen en difundirla, pero la ciudad del Santo Rostro, como es conocida Jaén, tiene unos pasos brillantes, de rostros bellísimos, y existe la misma devoción y respeto que en las otras provincias andaluzas. La imagen más conocida y con más penitentes es Nuestro Padre Jesús Nazareno, cariñosamente llamado "El Abuelo", cuyo paso sigue la misma tradición que en otras ciudades. Sale de madrugada de la iglesia de La Mercé, zona de callejuelas estrechas, para hacer su estación de penitencia en la catedral y emprender su vuelta rumbo a su cofradía a las 9 de la mañana en punto, pues si se retrasa, se quedará definitivamente dentro. Un momento de inquietud que se rompe con los acordes del Himno Nacional y que produce una enorme ovación. Otro paso extraordinario es La Verónica, que porta un pañuelo con la imagen del rostro de Jesús, la Virgen más bella que he conocido.

En Jaén la gente observa con nobleza, respeto y mucho silencio las procesiones, son mucho menos bullangueras que en otras provincias, y aprovechan también para tomar una copa o churros con chocolates y torrijas, que son más tradicionales. Lo que se ha perdido es lo de no poner música esos días, o acaso solo religiosa y bajita, pero claro, eso son recuerdos de hace más de sesenta años.

Al llegar a Tenerife nuestro campo de operaciones pasó a ser La Laguna, ya que vivíamos en La Higuerita. Con mis amigos paseábamos por la calle La Carrera, donde las chicas iban por una acera y nosotros por la de enfrente, y solo nos saludábamos al cruzarnos en una esquina. A las 9 de la noche las chicas se esfumaban, así que lo único que nos quedaba era la perra de vino en El Dos y Una, en Casa Maquila o Las Moneditas. Me parecen reprobables las comparaciones de la Semana Santa de las distintas provincias, cada una tiene sus connotaciones.

Ya casado y junto a otro matrimonio, Rogelio y Toni, fuimos varias veces a la procesión del Cristo, y después a comer churros a su casa en Guamasa. En otras ocasiones acudimos a ver la Magna, pero ahora solo por televisión. El año pasado noté menos gente, puede ser porque el tiempo era bueno y algo caluroso y la gente prefirió pasar el día en Bajamar.

De las devociones hablaba en EL DÍA el pasado domingo 25 nuestro obispo, don Bernardo Álvarez, en una incisiva entrevista, que recomiendo, firmada por Humberto Gonar. Analizaba el fervor y los muchos problemas de la sociedad actual, e invita a pensar que en la Semana Santa podemos ser personas nuevas, distintas y mejores. Destacaba también la importancia de la separación entre la fe y la vida que se da mucho en los católicos de hoy, pues se habla mucho de libertad de expresión y parece que es un derecho en el que no tienen cabida los cristianos. Este progresismo actual, unido al populismo barato, está llevando la fe al grado más bajo en nuestra escala de valores, llevando así a la sociedad a desperdiciar las enseñanzas de nuestros abuelos y del respeto a Dios, perdido y olvidado.

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