La crónica política de la semana ha sido lo que Kundera llamaría la insoportable levedad de ser político. Ese examen descarnado, despiadado y crudo de los errores de bulto que la vanidad hace cometer a los seres humanos, capaces siempre de juzgarse con benignidad y adornarse con plumas que pudieron ser pero no fueron.

Al líder del PP en Canarias, Asier Antona, le ha tocado atravesar las aguas revueltas e inclementes del ojo crítico de los medios convertidos en notarios de la notoriedad. Su curriculum adjuntaba una diplomatura que no tenía y el hecho de tener que modificarlo, y que se hiciera público, ocasionó una oleada de críticas. Aplicando el manual, Antona hizo un largo mutis por el foro, esperando que escampara. Pero aunque las modas duran poco, no son tan breves. Las microalgas de la falsedad siguieron flotando, alentadas por las tertulias donde las opiniones eran como disparos. Y apenas empezaba a desvanecerse el eco de la incómoda rectificación, surgió un nuevo dato. Que había puesto como lugar de nacimiento uno que no le correspondía. No nació en Santa Cruz de La Palma, como se aseguraba en varias webs donde se recogía su trayectoria vital, sino en Bilbao. Se me escapa cuál es la razón para alterar algo tan involuntario y accidental como el lugar en el que viste la primera luz. Pero parece un hecho probado. Y esa inconsistencia -pese a ser tan poco políticamente relevante- se ha venido a sumar a la hoguera en la que se achicharra el joven político, al que acusan de soltar no una sino dos trolas.

Antona se ha defendido diciendo que ha sido honesto corrigiendo lo que no era cierto. Tendría que leer a Benavente, que decía que la honestidad empieza de la cintura para abajo y la honradez de la cintura para arriba. Pero lo que piensa alguna gente es que ha sido un pardillo. Y que si no hubiera cambiado nada, habría permanecido en un feliz anonimato, a salvo del tsunami que ha desatado el polémico e inexistente máster de Cristina Cifuentes.

Todo este pequeño escándalo, de demonios familiares, ha robado protagonismo a los ecos de otros follones, propios de este último año en donde todo va cuesta abajo hacia las elecciones. La partitocracia reinante está en llamas. Podemos ha tenido que cerrar trabajosamente la crisis abierta por Íñigo Errejón, que decidió echarle un pulso a Pablo Iglesias y Ramón Espinar, en Madrid, para confeccionar su propia lista a la candidatura de Madrid. Un documento interno filtrado en las redes sociales -una especie de plan para liquidar a Iglesias elaborado por la defenestrada Carolina Bescansa- debilitó la posición de Errejón que tuvo que claudicar y salir en una foto de familia con cara de estar tragándose una cucharada de aceite de ricino, escenificando, al lado de su compañero Pablo Iglesias, el abrazo de Vergara.

Un asunto importante para el bolsillo y otro ha pasado esta semana casi discretamente por la actualidad. El debate de unos presupuestos generales del Estado que son fundamentales para Canarias y que ponen en grave incomodidad a los diputados de estas islas -que elige quince- que militan en partidos nacionales y cuyo voto no puede desligarse de la disciplina. Diputados de estas islas, que militan en la izquierda, van a tener que votar contra unas cuentas indiscutiblemente buenas para el Archipiélago. Algo que les van a afear los nacionalistas, rentabilizando la idea de que el voto realmente útil para los canarios es el que ellos representan. Hasta Foro Asturias, un tradicional aliado del PP, hizo un amago de rebeldía opositora. Porque debe quemar mucho eso de ver cómo te pasan la tarta por delante sin que te toque nada.

El peso de los territorios y de sus votos en el Congreso -la lectura de la política española como la suma de intereses particularistas- es una realidad evidente. Gobernar ha consistido precisamente en pactar con esos intereses locales. Ese es el ejemplo que nos han dado en la historia de la democracia catalanes y vascos. Mientras las grandes ideologías intentaban extinguirse a sangre y fuego, rasgando el país en dos irreconciliables mitades, ellos a lo suyo. Pasta por votos. Ande mi comunidad caliente y ríase la gente. Y así ha sido nuestro Estado de cartón piedra y nuestro milagro económico. Esto es, pues, España. Ese corral nublado de Valle Inclán, en donde arde el fuego de todas las veleidades. En nuestro currículum pone que somos una nación. Pero es mentira, porque aún no hemos sacado el título.