Soy español, pero no por los cuatro costados. Me hubiera gustado ser italiano o uruguayo, pero mi madre me dijo que si acaso era un poco francés, de los que desembarcaron antaño por el barranco de Ruiz, cerca de San Juan de la Rambla, y de gitanos que seguramente vinieron de Hungría. Soy, pues, un canario mil leches, de los que somos tantos, aunque hay quienes apelan a una pureza que tampoco querría pues ya ven lo que pasa en la historia con el afán de ser muy puros. En el siglo XX hubo una guerra en la que el afán de supremacía causó odios, desprecios y matanzas.

No soy fanático ni quiero serlo, es un mal de la humanidad y sus efectos no se curan a no ser que se incrementen la educación en igualdad y en lecturas. Ahora lo que se hace para exacerbar el odio y el desprecio halla en seguida su respuesta magnificada en las redes sociales. Personas de cierta cultura, y algunos muy cultos, desprecian, odian, y esto lo hacen a la luz del día; no se ocultan en anonimatos ni piden luego perdón; lo más incivil halla, por otra parte, eco en personas de la misma cultura y de igual preparación, y ahora profesores que deberían tener la pedagogía y la tolerancia entre sus virtudes se muestran, con desvergüenza, como odiadores (o haters) capaces de decir de otros lo que ellos jamás aceptarían contra ellos mismos.

Ha hecho entrada en este escenario triste una figura grisácea que ha sido ungida por Carles Puigdemont, el expresident fugado, como sucesor suyo al frente de la Generalitat de Catalunya. Su designación parece obra del Espíritu Santo, encarnado en el ya pintoresco Puigdemont, que no supo desempeñar su puesto. Intimidado por sus adversarios sobrevenidos, declaró una República fugaz, la suspendió inmediatamente y luego se dio a la fuga pretextando que no se fiaba de la Justicia española. Ahora está pendiente de lo que diga la Justicia alemana con respecto a la extradición que reclama la Justicia española. Y en esas circunstancias ha hecho de Espíritu Santo y ha hecho bajar su soplido sobre Quim Torrá, que será (si la CUP no lo impide) presidente de la Generalitat.

Entre las curiosidades que adornan este nombramiento cuasi papal, o directamente divino, se halla la orden de Puigdemont de que Torra no ocupe el despacho que él se reserva por si algún día toca el fin de su fuga. Y junto a sus curiosidades, se ha puesto de manifiesto un drama (para los catalanes, de cualquier signo): los tuits de incitación al desprecio, a los españoles, del futuro sucesor de Puigdemont. En esos mensajes, emitidos hace dos años, sobre todo, Torra, profesor, periodista y editor, insulta a los españoles, a los que atribuye el aplastamiento de los derechos de los catalanes a sobrevivir. En cuanto fue ungido hizo retirar esos mensajes, que como es natural no han cesado de ser reproducidos en todos los medios, menos en los suyos propios, donde la omertá mafiosa funciona perfectamente. Por mensajes como esos hay condenas que han afectado a quienes se sirven del odio para despreciar a sus semejantes, de ideas, de color o procedencia. Este señor Torra llegará a la presidencia de un territorio que incluye también a los que ni sientan ni piensan como él, a los que el próximo jefe del Govern ha despreciado con un odio que da vergüenza.

Soy español, no soy un patriota de ningún sitio, más bien soy un ciudadano de todas partes que de todas partes quisiera ser. Pero cuando insultan a los españoles me siento español, como me siento italiano cuando insultan a los italianos, y catalán cuando los catalanes son insultados. En ese sentido, deploro que los catalanes acepten como president a quien insulta a los españoles.