Cuando hace unos meses la presidenta nos informó de que había alquilado el bajo para una peluquería se nos pusieron los pelos de punta. A ninguno nos gustaba la idea de que el portal se convirtiera en un trasiego de gente ajena al edificio, pero, con los meses, nos hemos ido acostumbrando porque Rita, la peluquera, tiene una manera tan particular de lavar el pelo que pasas a otra dimensión. Tal es así que, el otro día, Brígida se quedó dormida en el lavacabezas y se perdió una de las semifinales de Eurovisión. Para evitar que montara una escenita, le dijimos que Kim Jong-un, líder supremo de la República Popular Democrática de Corea, había dado la orden de cargarse el programita de marras.

María Victoria, las hermanísimas, la Padilla y doña Monsi se han hecho adictas a la peluquería y acuden al menos un par de veces a la semana y, desde que se ha dejado barba, también Eisi ha empezado a ir. Él intenta pasar inadvertido pero el martes lo descubrimos entrando de puntillas como un vulgar fugitivo. Con disimulo, Carmela se acercó para tratar de averiguar qué se iba a hacer.

-Le ha pedido a Rita que le recorte la barba como a un hámster -nos contó cuando regresó de la expedición investigadora.

Desconcertada, Úrsula envió a su hermana para profundizar en aquella afirmación.

-Es hipster, no hámster -aclaró Brígida ya de vuelta.

Estábamos a punto de marcharnos, cuando vimos acercarse a María Victoria con cara de preocupación.

-Eh, chicas. ¿Alguna ha pasado por la pelu?

Todas levantamos la mano.

-¿Y no sienten que les falta algo?

-Sí. Un billete de 20. La Rita se está pasando con los precios -se quejó Úrsula.

-No. Me refiero a algo más personal, algo íntimo.

-¿La virginidad? -preguntó Brígida.

-No. Más arriba. Es como si hubiera perdido cosas de mi pasado. Cuando Rita me lava el pelo me restriega tanto que yo creo que me ha arrancado algunos recuerdos. Fíjate que ya ni me acuerdo cómo me llamaba mi ex cuando quería que le planchara las camisas -lamentó María Victoria.

-Te arrancó la memoria y, de paso, la poca cordura que tenías -farfulló Carmela mientras derramaba, sin control, lejía en el cubo.

Ante aquel extraño robo, hurto o lo que quiera que fuera, intentamos tranquilizarla.

-Respira profundo. Seguro que, de un momento a otro, te viene otra vez a la cabeza -dijo Úrsula.

María Victoria apretó los ojos con fuerza pero nada. Seguía en blanco.

-¿Qué hacen ahí paradas como cotorras? -preguntó la presidenta doña Monsi que subía de la peluquería con un tupé que ni Loquillo en la ladera del Tibidabo en un viejo Cadillac de segunda mano.

-Estamos buscando algo -le explicó Brígida apuntando con la ceja derecha arqueada a María Victoria-. No se acuerda de cómo le llamaba su ex cuando?

-Meloncito mío -interrumpió doña Monsi.

-¡Eso! Pero y usted? ¿Cómo lo sabe? -se extrañó María Victoria.

-Ni idea. Me salió sin pensarlo -dijo la presidenta tocándose la lengua con los dedos como si las palabras que acababa de pronunciar le hubieran dejado algún cisco.

No podíamos salir de nuestro asombro y Úrsula dedujo que no había ninguna duda: Rita era la culpable de aquel trasiego de recuerdos.

-Al frotar tan fuerte cuando nos lava el pelo arrastra los pensamientos y recuerdos de una cabeza a otra -afirmó rotunda.

-¡Dios mío! -gritó Brígida-. No me acuerdo del día de mi boda.

-¿Estás tonta? Nunca te has casado -le reprendió su hermana.

La primera dio un respingo y le echó en cara: "¿Quién es usted para gritarme así?"

-Brígida, por favor, déjate de tonterías.

-Eh? tú. Bájame el labio. Con mi hermana no te metas -le advirtió Eisi, que salía de la peluquería tocándose la barba hipster que en realidad parecía un hámster.

Estaba claro. Teníamos los recuerdos intercambiados así que esa misma tarde, bajamos todos juntos a la peluquería para que Rita colocara cada uno en su cabeza.

Por fin, ya está todo en su sitio pero, con tantos lavados, ahora Eisi lleva el peinado de doña Monsi.