Esta semana se discute en el Parlamento de Canarias un tema que tiene en vilo a la sociedad de las Islas, que levanta pasiones entre la gente y del que depende, seguramente, el futuro de las Islas, la prosperidad de los ciudadanos y la solución al problema del cuarto de millón de parados. Y no exagero ni tanto así. Hablo, naturalmente, de la reforma electoral que propone el aterrizaje de diez nuevos diputados en la Cámara legislativa de los horrores y desacuerdos autonómicos.

Para hacer Canarias caben dos alternativas. La primera, bastante sensata, es que nos consideremos un pueblo. Y que, como tal, votemos a razón de una persona un voto, eligiendo a los representantes políticos que correspondan. La segunda es cualquier otro invento que salga de la calenturienta imaginación política. Y ahí caben todas las ocurrencias. Y todas, absolutamente todas, serían arbitrarias.

Pero está el pequeño detalle del agua por todas partes. Vamos, que somos islas. Y por mucho que cantemos ese villancico de que Canarias es una sobre el mismo mar, eso no se lo cree ni el que asó la manteca. Por eso los que fundaron la autonomía se inventaron un sistema que descansaba sobre las siete islas equilibrando las representaciones políticas de unas y de otras en un maquiavélico sistema de empates.

Los que quieren reformar el sistema electoral de las Islas no proponen una lista para un solo pueblo, sino un sandwich mixto. O sea, mantener las listas que hay ahora -sesenta señorías- pero con el aterrizaje de diez nuevos ilustres traseros en sus correspondientes escaños. Pero esos diez ilustres irían en una lista regional. O sea, un injerto. Y para colmo de males, no hay votos suficientes para aprobarlo en el Parlamento de Canarias, con lo que en digna coherencia con nuestras ambiciones de autonomía, vamos a pasarle la papa caliente a Madrid para que se decida en la villa y corte.

El próximo Parlamento va a ser digno de ver. A los actuales partidos políticos habrá que sumarle uno más -Ciudadanos- con lo que vamos a tener siete siglas con sus correspondientes grupos. El previsible éxito de Ciudadanos va a causar un estropicio en el PP, pero también les tocará a socialistas y nacionalistas. Lo que se prevé, por tanto, es un Parlamento muy fragmentado. Los grandes partidos -ya no tan grandes- saldrán de las elecciones cacareando y desplumados. Y a la vista de las encuestas, lo que más de uno debe andar diciendo es "virgencita, que me quede como estoy". Pero no se van a quedar como están porque el voto se va a repartir como cuando se rompe una piñata.

El bipartidismo ha muerto y sobre su tumba van a crecer los enanos de un nuevo circo político aún más complicado. Con siete partidos, conseguir un pacto de Gobierno -y lograr después que dure- va a ser la historia interminable. Y para que no decaiga la fiesta, aumentan la plantilla en diez diputados. Chiquito tenderete vamos a tener.