Esta fría primavera nos trae un regalo de la mano de John Reid, descendiente de una familia británica de arraigo en el Puerto de la Cruz, que reúne en su persona una sabia mezcla británica e isleña. Acaba de publicar su segundo libro de cuentos en lengua inglesa, bajo el rótulo de "Un tiburón en la bañera y otras historias" (A Shark in the Bath and Other Stories). Ya nos había deleitado con otra obra en 2012, con el título "El sacristán saltarín y otras historias" (The Skipping Verger and Other Tales).

Magníficamente ilustrado por Annie Chapman, el libro agrupa ocho relatos ambientados en Tenerife durante los años sesenta del siglo pasado. Como lo fuera su abuelo, el comerciante Thomas Reid, el autor despliega en sus páginas sus dotes narrativas, dominio del lenguaje, talento observador, sentido del humor -muy británico-, amor por la historia y la naturaleza insular, o su sensibilidad poética. Sus cuentos transpiran la nostalgia de un paraíso perdido, el de su infancia, aquella isla anterior al turismo de masas y las radicales transformaciones de su paisaje, debido al crecimiento acelerado de su población y la actividad económica frenética. Describen un mundo donde los trabajos y los días del tinerfeño se podían combinar con el disfrute de ciertos momentos de paz, serenidad y silencio.

Allí se asoman conocidos personajes históricos del Puerto de la Cruz, en la España de Franco, como el alcalde Isidoro Luz, el defensor del patrimonio Austin Baillon, el médico Celestino González o el fotógrafo Imeldo Baeza. La admiración por sus padres, Noel y Annette Reid, es bien patente. Pero desfilan también por el libro representantes del pueblo llano en aquel mundo más tradicional, como campesinos, pescadores, guardias civiles, maîtres de hotel, una ventera o una asistenta del hogar, con sus expresiones coloquiales en español.

La historia en mayúscula se adivina en sus páginas, cuando habla de los submarinos alemanes en Canarias durante las dos guerras mundiales, la emigración ilegal a Venezuela en los años cuarenta del siglo pasado, los muelles de los frutos canarios en Londres o los negocios de la familia Reid en la exportación de tomates, plátanos y semillas de cebolla. Pero quizás lo más llamativo sea su perspectiva británica del mundo insular. Reid nos descubre entre líneas la eterna fascinación de los británicos por el paisaje isleño, sus volcanes y mar de nubes, las plataneras, los jardines, los charcos en la marea baja, la aridez de la vertiente sur, el calor o la brisa del océano que murmura en el aguacatero. Ya sea turista o residente, el originario británico se deja arrastrar por el exotismo de una isla situada en una latitud subtropical y africana, con sus relatos de guanches, piratas y corsarios. Reid explora la idiosincrasia de sus mayores, que se apoyan en aquellos sólidos pilares victorianos durante su vida cotidiana en el Puerto de la Cruz: la iglesia anglicana, el club deportivo o la biblioteca inglesa. El autor contrapone la educación británica, caracterizada por el autocontrol de las emociones y las buenas maneras, con las excentricidades de algún paisano, que se libera cuando viaja al Sur de Europa o los trópicos. En este terreno, Reid da vida a caracteres tan singulares y divertidos como la señora Amanda Lovejoy.

Sería interesante seleccionar algunos cuentos de ambos libros y publicarlos en lengua española. El público isleño lo agradecería, pues describen muy bien una parte de nuestro pasado más cercano, nuestra identidad insular, tradicional y cosmopolita a la vez.