Ahora que vivimos tiempos de ferias literarias me parece oportuno volver sobre el imprescindible papel que juega o puede jugar el mundo del libro en nuestras vidas. Como santuario de la palabra ensayística y creadora, tanto en formato de papel como en soporte electrónico, el libro continúa siendo, como lo definió Jorge Luis Borges, una extensión de la memoria y la imaginación. Sigue constituyendo el mágico pasaporte que nos transporta, sin movernos de un lugar físico determinado, a cualquier rincón de la Historia y la Geografía, unas veces a través del conocimiento real y científico y otras conducidos por el poder de la imaginación y de la fantasía.

La lectura nos sigue ayudando a vivir nuestras vidas pues mientras leemos, si se trata de literatura de ficción, no sólo vivimos la vida real sino otras vidas ficticias que el libro nos depara. La vida que leemos nos ayuda, muchas veces, a soportar la vida real que en demasiadas ocasiones no resulta tan placentera como deseáramos. Es como una tabla de salvación a la que muchos nos agarramos para no naufragar en la aventura diaria de la existencia. Como dejó dicho el filósofo y poeta lusitano Fernando Pessoa, la literatura, como todo el arte, sigue siendo útil, para liberarnos, aunque sólo sea ilusoriamente, de la sordidez de ser. En este sentido, la lectura no deja de ser una manera de vivir.

Henry Miller, el escritor norteamericano que siempre defendió la búsqueda del placer individual del espíritu para poner remedio a la quiebra de la civilización, dejó dicho que la esperanza que todos tenemos al tomar un libro es encontrar a un hombre -o una mujer, claro- que concuerde con nuestro modo de ser, soñar sueños que vuelvan la vida más apasionante y descubrir una filosofía de la existencia que nos haga más capaces de afrontar los problemas inherentes a la vida. El libro y la lectura no deben servir sólo para aprender, aprobar unos exámenes y obtener una carrera. Si así fuera, el título académico, como decía Paul Valèry, se convertiría en un enemigo mortal de la Cultura.

Necesitamos de la lectura para vivir más intensamente, para vivir mejor. Los niños y los adultos leemos para aprender, pero también para imaginar, para soñar, para fantasear, para vivir mundos diferentes del real, para ser felices de otras maneras, para sentirnos solos en medio de la multitud y al mismo tiempo acompañados cuando estamos sumergidos en la soledad. Aunque leer es también huir de la realidad cuando ésta nos resulta insípida, insoportable u hostil. Leer por necesidad se convierte entonces en otra manera de vivir, en vivir más y mejor. Siempre representa una actividad que ansía la libertad y el placer. Por ello el verbo leer, lo mismo que el verbo amar, no admite en su conjugación el modo imperativo.

Por esta razón resulta anti pedagógico y contradictorio que en nuestras aulas todavía -aunque cada vez menos- se siga obligando a los alumnos a leer obras de nuestra literatura clásica como las coplillas mozárabes (o jarchas, como ejemplo del origen de nuestra lírica) "El Conde Lucanor", "El libro del buen amor", "La Celestina", etcétera. Con ello lo que conseguimos es que los chicos y las chicas lleguen a odiar la lectura y la literatura. No es lo mismo la Literatura que su historia y el primer objetivo del profesorado que enseña la primera de estas disciplinas es despertar en el alumnado el placer por la lectura, el gusto y el entusiasmo por el consumo de la palabra ensayística o creadora.

Cuenta una sentencia de autor anónimo que leer y entender es algo, que leer y sentir es mucho, y que leer y pensar es cuanto puede desearse. En cualquiera de los casos, y como señala el pensador inglés Anthony G. Grayling en "El sentido de las cosas", leer es acceder al punto de vista de los otros, conocer gente y situaciones que van mucho más allá del tipo y número de posibilidades disponibles en la experiencia individual. Leer es viajar a través del tiempo y del espacio con la única ayuda de la palabra y la imaginación. Quien coge muchos aviones y no lee ni siquiera un periódico podrá llegar a conocer mucho mundo pero será un mundo que nunca llegará a vivir y a conocer. Conocer mundo no es solo verlo sino, sobre todo, sentirlo, vivirlo y hasta pensarlo.

Me sigue doliendo que todos los años por estas fechas el Instituto Nacional de Estadística (INE) nos recuerde a los canarios machaconamente que Canarias es uno de los territorios del Estado donde menos se lee. Por eso confío en que nuestro Gobierno siga incrementando los recursos económicos necesarios para seguir desarrollando los proyectos de fomento de la lectura por todo el Archipiélago. Para continuar difundiendo el conocimiento de nuestros escritores y escritoras a través del Día de las Letras Canarias. Para continuar estimulando la creación literaria entre nuestros escritores. Para celebrar, como hacemos estos días, Ferias del Libro en diversos puntos de nuestra geografía. Para que cada vez sean más los canarios y canarias que, convertidos en lectores habituales, lean más para vivir mejor.

*Viceconsejero de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias