De adolescente fui lector de Pío Baroja, especialmente del tema vasco. Recuerdo a dos personajes: Aviraneta y Zalacain, que en las novelas de que son protagonistas salía el pueblo de Laguardia, junto a otros pueblos navarros y riojanos en tiempos de las guerras carlistas. Era La Rioja y no el País Vasco. Pero es la Rioja Alavesa, incluso tiene un batzoki (bares del PNV). Pese a ser escasos los letreros en vascuence, resultan un tanto anómalos, como lo serían rotulaciones en bereber en el Tirol. Es más que plausible que allí jamás hubiera población vasca, desde luego las toponimias no permiten especular con ello. Este pueblo no pasa de estar bajo administración vasca, donde parecen impensables delirios étnicos.

Muy cerca de allí está El Ciego, donde radica una famosa bodega de vino que encumbra un edificio (hotel) espectacular de Frank Ghery (el arquitecto del Guggenheim- Bilbao), que pese a ser deslumbrante no lo alcanza. Se da una conjunción de modernidad y espectáculo, la visita se ha de reservar por internet, se va también a ver (incluso vídeos), y a catar dos copas de vino. Lejos quedan las chuletas al sarmiento y beber sin sensatez. Otra época.

La puesta en escena de la modernidad y el espectáculo con lo étnico, que es lo acordado como esencia matriz, allí echa chispas. La provisión hoy, de lo más original y puro es obra creativa del doctrinarismo político; como en todos los sitios: una gran estafa.

Pero es solo el aperitivo. De joven iba mucho a Vitoria, por amigos. Una amiga vizcaína, filóloga vasca, también vivía allí. En los años 70 del siglo pasado, apenas se oía hablar vascuence en esa ciudad. Sólo algunos guipuzcoanos y vizcaínos hablaban (militantemente) en euskera, luego aparecerían alaveses.

Recientemente estuve de un viernes a la noche al domingo por la tarde en Vitoria, sin oír una sola palabra en euskera. ¡Ni una! Ocurren cosas sorprendentes: ¡tanta tecnología política! si vivimos bajo el dominio de las paradojas. El PP alavés acumula dirigentes homosexuales con total naturalidad. Se produce lo más curioso y antes imprevisible.

Han pasado 40 años desde que se intentara que en Álava se hablara el vascuence (lengua allí infinitesimal), para ello el Gobierno vasco tiró de dirigismo, imposiciones, recompensas pero sin lograrlo. Harán falta otros 40 años para digerir la patraña étnica.

Se ha vuelto a comprobar que la vida de las sociedades no tiene un curso prefijado, y que no se puede, como pretende el nacionalismo, embalsarla para después congelarla.