El batallón de plañideras profesionales que aullaba en las proximidades del funeral de Rajoy advirtiendo que el Ibex 35 y el maldito mercado iban a dar la espantada con la llegada de un Gobierno de izquierdas se han quedado afónicas. ¿Qué ha pasado? Nada. A rey muerto rey puesto. Y a nadie se le ha movido un pelo. Ni la prima de riesgo se ha puesto chula, ni la bolsa ha dicho está boca es mía. La pasta ha seguido a lo suyo.

Lo ocurrido es otra pequeña muestra de cómo se fabrican ficciones sobre la conveniencia ideológica. Lo más traumático en el funcionamiento de una democracia, una censura en el Congreso que acaba derribando un Gobierno, se ha producido sin que haya existido más crispación que la verbal de los discursos en los días de autos. Y eso debería poner en valor tres cosas: lo bien que lo ha hecho Rajoy en la derrota y el PP en el trasvase de poderes, lo bien que lo ha hecho el PSOE en la victoria y que los mecanismos de esta democracia devaluada siguen funcionando.

Los agoreros del pánico de la prima de riesgo y el advenimiento del apocalipsis financiero si caía la derecha, son primos hermanos de han vendido el increíble mantra de que el Gobierno maneja su antojo a la Justicia. Que el PP pone y quita jueces o los lanza contra el independentismo catalán. Habremos de concluir, si es así, que los lanza también contra su propia cabeza. Hay que ser de género tonto para pensar que el PP maneja los resortes judiciales en una legislatura en donde el presidente ha tenido que declarar como testigo y donde su Gobierno ha caído por una sentencia que condena a su partido por haberse lucrado por la corrupción.

Pero la gran lección del cambio de Gobierno no es ver como se disipa la niebla ante los perfiles de la realidad. Es otra cosa que ha pasado más desapercibida. Los partidos nacionalistas han sido cruciales en el pasado apoyando gobiernos de derechas e izquierdas. Los catalanes de Convergencia pusieron y quitaron ejecutivos. Los nacionalistas vascos y canarios dieron mayorías a cambio de acuerdos económicos ventajosos para sus territorios. Y en esta reciente crisis, fueron los votos de la derecha nacionalista e independentista vasca y catalana los que le dieron la puntilla a Rajoy.

Todo esto tiene una lectura: el Congreso de los Diputados se ha convertido en la verdadera Cámara de los territorios. La comunidad autónoma que tenga más votos "propios" puede inclinar la balanza del poder. Y por consiguiente de la pasta. Algunos líderes de los grandes partidos estatales han tomado buena nota de esta evidencia que, de momento, no tiene más repercusiones que un sordo cabreo. Pero algunos en Madrid ya están pensando que cuando se hagan las obras de reforma del Estado -que se van a hacer- tiene que haber una electoral para fumigar el peso de los territorios.