Chiquito es el espectáculo del ministro de Cultura y Deportes que, entre otras perlas, ha llegado a decir que: "con el agua con la que te lavas el potorro después puedes fregar". Rey del tuit de mal gusto y de demasiados tacos, ha firmado una novela de las cuatro o cinco que ha escrito, y que se intuyen malas de solemnidad. El ministro Huerta, conocido por ser un segundón de Ana Rosa Quintana y poco más, ocultó al presidente Pedro Sánchez su intento de defraudar a Hacienda más de 218.000 euros. Y el lío está armado porque ningún servicio público puede estar prestado por un defraudador público. El Gobierno de Pedro Sánchez, que se aupó al poder con independentistas y populistas en nombre de la lucha contra la corrupción habida por el PP, se encuentra con un ministro altamente cuestionado por el sector cultural de este país, que oculta fraudes de condenas al fisco; un personaje que intentó convencer a todos los españoles de que ganaba menos de lo que ingresaba con el único fin de pagar menos. Y lo trancaron. Ha sido llegar este Gobierno y empezar a crecerle los enanos al nuevo presidente.

Màxim Huerta, que no me cae mal, pero amor no quita conocimiento, ha repetido hasta la saciedad que no le gusta el deporte, pero esa cartera depende de él; que no le gustan los toros, y también dependen de él, pero es que además se le desconoce capacidad cultural alguna para nada. Históricamente, España ha sido un referente dentro del mundo cultural. La cultura para los socialistas es propaganda y han puesto como cara de ella a un chiquito de la televisión. Para triunfar en este prado, en nuestro país tienes que ser progre o hacerlo creer, y si no, no te comes un violo. Lo de Huerta no tiene ninguna buena pinta y lo que alguno dice es que quizás, Sánchez se equivocó de gay y de barba, y a quien quería nombrar realmente era a Jorge Javier Vázquez, mucho más intelectual y capaz que quien hoy nos ocupa.

@JC_Alberto