curría en una piscina púbica de Arona. Ayer leía que mientras una joven de 21 años hacía unos largos en un complejo municipal, un fornido guiri pelirrojo y en tanga se frotaba la entrepierna. Y es que el agua y el calor siempre han sido malos compañeros (o buenos según se mire). El inglés, flanqueado por dos compatriotas, no paraba de darse gusto jugando con la flauta, y parece ser que la nadadora se percató de la sinfonía de placeres que en esos momentos se estaba ejecutando. Rauda y veloz dio parte al socorrista del complejo, que torpe de solemnidad le respondió que aquello no era asunto suyo. Se ve que en el librillo de texto del mononeuronal socorrista no venía ningún capítulo dedicado a qué hacer si alguien se masturba en una piscina pública. Este lince, en vez de mediar palabra, invitó a la veinteañera a llamar a la Policía. Ante lo surrealista de la situación, uno llega a preguntarse si el pelirrojo jugaba con su badajo pensando en la veinteañera o en sus forzudos amigos que tan pegaditos estaban a él.

Si cualquiera de nosotros hubiera sido el socorrista, hubiéramos parado aquel fruto de perversión mental a la inglesa. A día de hoy no se sabe si aquello acabó en fuegos artificiales o en mera calentura y punto, lo cierto es que es de un repulsivo absoluto. Flauta en mano, el guiri y sus amigos fueron expulsados del complejo, y al músico principal de tal desafinada sinfonía de bajo activo se le ha prohibido la entrada al complejo. Ay, el meneíto, hasta Georgie Dann podría haber sacado una canción con ese soniquete. Qué cosas pasan en nuestros sures, donde los socorristas ni se enteran de un frotis en grupo, y tiene que ser la atleta la que ponga el grito en el cielo. Qué cosas, qué gente, qué asco.

@JC_Alberto